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El Río de Janeiro que pocos conocen

Por: David Roll


Quienes viajen a Brasil con motivo del mundial de fútbol y las olimpiadas en los próximos años cometerían un gran error si se limitan a ver los espectáculos deportivos y toman el vuelo de regreso a sus casas. Brasil más que un país, es casi un subcontinente, la mitad del Cono Sur, y alberga en su interior el equivalente prácticamente a otra Latinoamérica. Sumergirse en su cultura portuguesa, africana e indígena es una experiencia ineludible para un hispanohablante porque es como descubrir una realidad paralela a la nuestra, con unos códigos culturales a la vez familiares y exóticos.

Hay dos ‘Brasiles’ para el turismo: A dónde va todo el mundo y a aquellos lugares que casi nadie visita y que merecen ser descubiertos. Los primeros le hacen sombra a los segundos pero también son imperdibles, y en muchas oportunidades están tan cerca, unos de otros, que resulta absurdo perderse los segundos si hay tiempo para ello.

Así pues, si usted va a Río de Janeiro es claro que debe visitar el Cristo Redentor y tomar el Teleférico al Pan de Azúcar, como está incluido en todos los paquetes turísticos, así como bañarse en Copacabana o Ipanema. Pero la sugerencia es no limitarse a ello, y hacer algunas rutas diferentes en la misma ciudad, con las mismas precauciones que si fuera a recorrer Bogotá.

Un paseo fundamental, por ejemplo, es la visita al centro de la ciudad, que en medio de cierto caos, tiene varias joyas tales como la antigua Biblioteca Portuguesa, el modesto Palacio Real del primer emperador de Brasil y su vecina iglesia de la Compañía de Jesús; la moderna Catedral, el Bondinho (teleférico) que sube al barrio de Santa Teresa, el Monasterio de San Benito (Mosteiro de São Bento), la bella Confeitaria Colombo y un par de iglesias antiguas más que merecen una pausa, especialmente la de San Francisco.

Ese mismo día, u otro, puede tomar una barca de transporte público al frente del Palacio Imperial para llegar hasta la ciudad de Niterói, en dónde puede visitar el Museo de Arte Contemporáneo diseñado por Oscar Niemeyer (el arquitecto que diseñó Brasilia), el cual parece una nave espacial posada en un acantilado a punto de despegar. El viaje no demora más de 15 minutos y permite una vista de la Bahía de Guanabara, del Puente Presidente Costa e Silva y de Río de Janeiro, que resulta imperdible.

De hecho, Niterói merece un par de noches de hotel para disfrutarlo y para tener tiempo de alquilar un carro y conocer las playas que los brasileños tienen celosamente guardadas para ellos, pero que son accesibles y mucho más limpias y tranquilas que la propia Copacabana o Ipanema: Piratininga, más popular, y Camboinhas.


La ruta a seguir en este itinerario es un recorrido por la región de los lagos (Região dos Lagos), una de las zonas de la costa más bonitas del sudoeste de Brasil. Si lo prefiere, puede tomar GPS en mano, y conducir por la cinta costera para visitar las ciudades en las cuales los cariocas pasan sus vacaciones de carnaval y diciembre: Araruama, Armação dos Búzios, Arraial do Cabo, Cabo Frio, Iguaba Grande, São Pedro da Aldeia e Saquarema.

Mi lugar favorito es Praia do Forte, en Cabo Frio, que es una inmensa playa de arena blanca, muy limpia y muy bien atendida, con aguas cristalinas y frescas, donde de puede bailar en multitud los ritmos brasileños de moda junto a un enjambre de jovencitas en breves bikinis (definitivamente no apto para cardiacos). Es la playa ideal para ir en familia porque está más rodeada de apartamentos residenciales que de hoteles y porque se puede ir al puerto caminando, desde dónde salen barcos de paseo y pesca.

Pero lo mejor de Praia do Forte es visitar, a pie o en taxi, la vecina y antiquísima iglesia de los esclavos, Igreja de São Benedito, enclavada en un parque con el mismo nombre, encantador y solitario, empedrado y de casas antiguas, localizado justo al lado de una pequeño malecón residencial que limita con una bahía serena, en donde vale la pena sentarse a recibir la brisa y a observar como nadan o pescan los niños del barrio.

Búzios por supuesto debe ser visitada, buscando con insistencia sus pequeñas calas y playitas, disfrutando de los exóticos restaurantes y de la vida nocturna a lo largo del Camino de las Piedras (Rua das Pedras).


Para los que prefieren más tranquilidad, vale la pena visitar otras playas menos concurridas, que cuentan con hoteles, restaurantes y diversas atracciones, aunque con el mar helado, sólo soportable en verano: Praia do Pontal, Praia das Conchas, Praia do Peró, Arraial do Cabo, Rio das Ostras y Araruama, entre otras.

En dirección a Sao Paulo conviene visitar Ilha Grande, una isla realmente paradisíaca, de la cual salen paseos en barco a lugares de película donde se puede hacer esnórquel y disfrutar de paisajes ‘robinsoncrucianos’.

Regresando al continente, o desde la isla, se debe visitar Paraty y, si es posible, dormir en esa ciudad para disfrutar sus animadas noches. Es como una Villa de Leyva tropical, de calles empedradas, con calor y brisa, preciosas casas de la época colonial y muy buena infraestructura turística. Aquí se filmó la película Gabriela Clavo y Canela, ícono erótico-fílmico de los años ochenta.

Y así como los bogotanos salen hacia Melgar para huir del frío, los cariocas huyen del calor hacia las montañas: la ciudad de Petrópolis, a una hora de Río, es un lugar con el clima de Medellín y el paisaje de algún rincón de Europa, que merece ser visitada. Vale la pena quedarse una noche para ir con calma al Palacio Imperial o para disfrutar uno de los mejores museos de la cerveza del mundo. Pocos saben que un pionero de la aviación fue el brasileño Santos Dummont, y que su excéntrica y modernista casa (para la época) puede visitarse en esa misma jornada, pues todo lo de conocer está a escasos metros en esta ciudad.

Pero aún si no quiere salir de la ciudad, el propio Río Janeiro tiene mucho más que ver, que los sitios tradicionales. Desde Copacabana puede recorrer kilómetros de playas en carro por vía costera, cruzando los elegantes barrios de clase media alta de Barra y Recreio dos Bandeirantes, con su elegantes restaurantes y modernísimos centros comerciales, o sitios tan singulares como la Academia da Caipirinha, un bar- museo donde se exhiben las diferentes marcas de cachaça o aguardiente de caña con que se hace la famosa bebida.

Luego, serpenteando por una bella pero un tanto escalofriante carretera al borde de acantilados, se llega a un rincón mágico y poco visitado por los turistas, para disfrutar de un paisaje marino completamente diferente al de las enormes playas de los conciertos, visitas papales y fiestas de fin de año.


Antes de llegar a la carretera que va por la montaña está un hotel de camping con carro-casas estacionados para alquilar, que no es una mala opción para dormir barato y exótico. Ya entrados en la zona montañosa no hay hoteles, pero sí varias casas pintorescas con restaurantes, y la única playa nudista oficial del Estado, Abricó, reglamentada y vigilada por una asociación para evitar el consumo de drogas o algún tipo de abuso contra quienes practican el naturismo.

En síntesis, visitar el Estado de Río de Janeiro es como ir a un país entero, y le faltará tiempo para descubrir otros muchos lugares que no alcanzamos a describir o que yo mismo desconozco a pesar de haber ido una veintena de veces a la región. Si aún le parece poco, no muy lejos está el Estado de Minas Gerais, con sus pueblos mineros y sus museos y personajes característicos. Pero esta ruta es tan completa y tiene tanta historia brasileña tras de sí, que merece un viaje aparte, y por supuesto otro artículo.

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