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Sudeste Asiático

Museo del mundo

Por: David Roll

La región en la cual se concentra en el menor espacio la mayor variedad de etnias, religiones, sistemas geográficos y modelos políticos del mundo es el sudeste asiático. Por eso viajar por ella es como desplazarse por el museo vivo más grande del planeta. La buena noticia es que moverse por los 11 países que lo conforman es muy fácil, bastante barato y en general, seguro. En esta región el viajero de naturaleza encontrará países insulares como Indonesia, naciones con montañas y llanuras como Vietnam, y hasta territorios selváticos en países como Birmania. Arquitectónicamente los templos de Angkor en Camboya son la verdadera primera maravilla del mundo, y pueden verse en el mismo viaje en el que se visitan los fuertes españoles en Filipinas, la Malaca portuguesa en Malasia, los budas gigantes de Rangún o la moderna ciudad estado chino-inglesa de Singapur. Pero lo verdaderamente fascinante son sus más de 600 millones de personas, pertenecientes a variadísimas etnias, como los Taho del antiguo reino de Siam de “Ana y el Rey”, los anamitas indomables de Vietnam o los Khemer camboyanos, todos ellos influidos profundamente por las culturas india y china.

En lo referente a religiones, el panorama es variadísimo, pues aquí está además el país que tiene más musulmanes, Indonesia, el quizá más devotamente católico del mundo, Filipinas, y hasta la exótica Birmania, que es a la vez comunista y budista, y en la que se habla del “camino socialista al Nirvana”. Precisamente en este rincón del mundo hay desde minimonarquías absolutas y petromillonarias como Brunei, hasta democracias duramente conseguidas como la Filipina, pasando por países comunistas-capitalistas como Vietnam.

Empiece por la ‘Conchinchina’

El cuartel general de quien quiera recorrer el sudeste asiático definitivamente es Bangkok, la capital de Tailandia, por acceso aéreo, centralidad y costos, pues desde ella se pueden visitar la misma Conchinchina, que es Vietnam (o más bien una parte de él), y los otros dos países de la indochina francesa: Camboya y Laos.

Al principio Bangkok impacta porque es una ciudad con el tráfico de Bogotá y el clima de Barranquilla, llena además de europeos jóvenes y un tanto anodinos, que la habitan en verano por salir más barato que quedarse en casa. Pero muy pronto se le coge el tiro y termina uno comiendo en los puestos callejeros hasta chuzos de insectos, haciéndose masajes terapéuticos, durmiendo en cuartos minúsculos con una estera por un dólar la noche, recorriendo los palacios reales y templos, y consiguiendo las visas y excursiones para las vecinas Birmania, Laos, Camboya y Vietnam. Pero la propia Tailandia da para un mes entero y antes de dejarla se debe ir, por lo menos, a la norteña Chiang Mai, por sus templos y sus excursiones, y a las costas e islas paradisíacas del sur, especialmente las islas Phi-Phi para bucear y nadar en aguas que parecen arregladas con photoshop, y para comer mariscos a precio de mortadela.

Vietnam norte y sur son casi dos países y por lo menos hay que pasar unos días en el sur, sobre todo en Saigón (Ho Chi Min), viendo las huellas de la guerra fría, especialmente el museo de la revolución (antes llamado de los crímenes de guerra norteamericanos), y los hoteles y escenarios
donde transcurre el libro “el americano impasible” (y la película), del ex espía Graham Green. Pero también hay que ir a Hanoi, en el cual aún se ve la huella francesa y donde está más vivo el culto comunista (el mausoleo del líder Ho por ejemplo). Son imprescindibles igualmente la asombrosa bahía de Ha Long, escenario que le recordará varias películas sugestivas, y la pequeña ciudad de Hoy An, una reliquia de cultura china conservada por milagro y que encanta hasta al más viajado.

En Camboya, que por fin es seguro desde hace 10 años, recomiendo evitar los museos de la tortura de la época de los khemeres rojos, y dedicarle más bien unos dos días, luego de la obligada visita a la capital, a recorrer los antiguos templos de Angkor. Si le gustan los hoteles lujosos puede hospedarse en la vecina ciudad de Siem Riep, degustando los maravillosos pescados blancos de la zona, adobados al más puro estilo oriental y los masajes de las cientos de terapeutas físicas no graduadas, pero expertas, que hay en las decenas de spas. Si no tiene tanta plata puede hacer exactamente lo mismo sin gastar más de 100 mil pesos diarios, incluyendo hotel, alimentación y masajes. El país en general está lleno de secretos por descubrir para quien tenga tiempo, y uno de ellos para mí fue encontrar en un lago a un padre paisa celebrando misa en vietnamita en un barco-iglesia, a los refugiados del país vecino que viven en botes por no poder tener tierra.

A Laos no va mucha gente, pero si bien la capital Ventiane sólo tiene unos templos interesantes pero muy activos, la provincia de Luang Prabang merece un vuelo adicional, para hacer deliciosos paseos por el río Mekong y acompañar en las mañanas la entrega de alimentos a los cientos de monjes budistas de la ciudad. Incluso se puede alquilar un carro barato y recorrer los pueblos, antes minados, del país del mundo más bombardeado.

La joya de la corona en la zona es sin embargo Myanmar, excolonia inglesa, muy cerrada a occidente por tradición y una férrea dictadura, pero por lo mismo una cápsula del tiempo imperdible para el visitante del sudeste asiático. En Yangún o Rangún, la capital, hace pocos años nadie sabía que era una coca-cola, y era común ver jóvenes en las calles y empleados en los hoteles vestidos con el taparrabos tradicional. Hay mucho que ver de ahí al norte, pero por lo menos es necesario dirigirse a la segunda ciudad, Mandalay, y desde allí, visitar los poco conocidos templos de Bagan, un conjunto inmenso de pagodas y estupas budistas, que visitadas en la madrugada producen una sensación casi de levitación. El crucero por el río debe dárselo quien pueda pagarlo, o quienes no podemos, no se lo perdonaremos.

Países Insulares

Necesitaría años para recorrer las 7 mil islas filipinas y el enorme territorio insular en el que están Indonesia, Brunei y parte de Malasia, pero con los adecuados y baratos vuelos de la región puede darse un buen vistazo de todo ello en el primer viaje.

Aunque en Filipinas ya casi nadie habla español, sino inglés y Tagalo, hay un ambiente hispano-portugués en la antigua Cebú y sus casas antiguas, que bien merece volar hasta allí para ver la cruz que dejó Magallanes y las primorosas carrozas privadas traídas de Sevilla en el siglo XIX, que desfilan sólo el Viernes Santo por entre las multitudes devotas de los pequeños pueblos. En una isla cercana y accesible por barco están las montañas chocolate de Bohol, llamadas así por su forma cónica, y porque están esparcidas a lo largo de 50 kilómetros cuadrados. Por último hay que visitar las playas arenosas y coralinas de Balicasag para surfear como en una pecera.

Filipinas merece meses también, pero entre Cebú y Bohol, y la muy caótica, aunque interesante, Manila y otros sitios de la isla principal de Luzón, como el lago volcánico Taal, se tiene un panorama general del país. No obstante, hoy también se puede ir a Mindanao, el sur musulmán en que han cesado los ataques terroristas tras los últimos acuerdos, para sumergirse en otra cultura en el mismo país.

Y desde este sur filipino vale la pena pasar un par de días al cercano sultanato de Brunei en la isla de Borneo, una especie de Emirato Asiático heredado del antiguo y poderoso reino, en el que el monarca tiene la colección de carros de lujo más grande del mundo, y en el que nadie quiere oír hablar de palabra democracia porque no se pagan impuestos y el dueño del petróleo en el que flota el país les da educación gratuita a todos y seguro médico vitalicio.

De Indonesia casi todo el mundo visita la encantadora isla de Bali, con sus tradiciones hinduistas únicas en ese  gran país musulmán, con sus templos clásicos en pleno funcionamiento, y sus encantadoras terrazas en los cultivos de arroz. Tiene gran infraestructura turística y se ha recuperado casi completamente de un enorme atentado terrorista. Hay que comer la prestigiosa langosta de Bali, visitar sus playas y, si se atreve, bucear entre sus famosas corrientes submarinas.En lo artesanal, aun para un alérgico a las compras, es imposible no llevar nada en madera, porque producen cientos de objetos en este material, desde suntuosos comedores bellamente pintados hasta llaveritos de pescados coloridos para los amigos del “qué me trajiste”. Pero Indonesia es mucho más que la pequeña Bali y por lo menos hay que gastarle unos días a la isla principal de Java, especialmente a su capital Yakarta.

A Timor, el onceavo país de la región nunca pude llegar porque primero estaba en guerra cuando pertenecía a Indonesia y luego se volvió independiente y con vuelos más caros, pero seguro vale la pena por su cultura portuguesa intacta por la tardía descolonización y por el espíritu de resistencia de sus habitantes.

En la región está también la industrializada Malasia, que es una península al sur de Tailandia y parte de la isla de Borneo. En su capital, Kuala Lumpur, están las famosas torres gemelas o Petronas, que en su momento fue la construcción más alta del mundo y que son visitables. Pero su mayor encanto, playas aparte, es la antigua ciudad de Malaca o Melaka, que fue colonia portuguesa, holandesa e inglesa sucesivamente, habiendo conservado arquitectónicamente esos recuerdos, convirtiéndola en un lugar encantador, poco mencionado por las guías turísticas, pero imperdible. Cerca de Brunei, en la Malasia e Indonesia insular, puede hacer excursiones para ver los gorilas de Borneo, y de paso darse el gusto de decir que pasó por las sonoras ciudades de Sandakan y Kalimantar.

El puerto de salida de esta región para regresar bien pudiera ser la pequeñísima y riquísima isla-ciudad-estado de Singapur, el segundo país más poblado del mundo luego de Mónaco y un gran centro financiero. Es la única democracia autoritaria del mundo porque aunque hay elecciones, el 80% de mayoría china ha impuesto un régimen de prohibiciones muy estricto, en el que mascar chicle está prohibido y tiene pena de latigazos (aunque seas extranjero o diplomático), y hacer grafitis da cárcel. Ya se imagina lo que les ha pasado a los traficantes de droga que han capturado. Pero es un encanto de lugar, óptimo para familias con niños que les preocupa un poco la salubridad y seguridad del resto de Asia, de modo que si sólo alcanza a tenerla como escala (sus aviones están entre los más lujosos del mundo si puede montarse en uno), hay unos tours de varias horas organizados para que no se quede sin darle una miradita, y eran gratuitos en la época que la visité. También había un concurso en el impresionante aeropuerto, que ofrecía 10 mil dólares al que descubriera algo que le faltaba a ese terminal aéreo por ofrecer a sus visitantes. Yo puse en el formulario que una capilla para católicos en la que no haya que quitarse los zapatos, porque la colectiva, siendo Asia, tiene esa exigencia, pero aún no han mandado esa platica.

Este museo del mundo oriental es como una especie de Europa asiática, en la que pueden verse muchas nacionalidades, culturas, etnias y sagas históricas diferentes sin recorrer grandes distancias.Por añadidura la gastronomía es barata y exquisita, la gente es extremadamente amable en casi todos los países y tiene las mejores playas del mundo. Este rincón de sorpresas situado entre el lejano oriente y Australia es tan entretenido, variopinto y manejable, que a veces da la sensación de que se trata de un gigantesco parque temático, labrado por siglos en la confluencia maravillosa de muchas razas, religiones y culturas que se entremezclaron para lograr este singular cóctel, muy a la mano del viajero contemporáneo.

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