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Ver otras fechasSon varias las historias que se escuchan en torno al Bienparado Común, un ave que, por su peculiar apariencia y canto, se ha ganado el apodo de Pájaro Fantasma. Algunos la relacionan con las brujas y el diablo, otros dicen que al romper sus alas y sus patas se puede quedar sano de toda enfermedad o que sus ojos saltones sirven de amuleto para no extraviarse dentro de los bosques. Eso sí, los más supersticiosos no dudan en afirmar que si se les mira directamente a los ojos, uno terminará por volverse completamente loco.
Leonel Giraldo, quien desde hace ocho años observa cómo este emplumado hacedor de leyendas se ‘percha’ a cazar mariposas sobre la asta de una bandera de Colombia izada a la entrada de sus terrenos, dice que ser testigo de semejante espectáculo no lo ha chiflado. Más bien la contemplación del alado de pintas negras, blancas y amarillas, con ojos saltones y amarillos, y de otras especies como el turpial, las golondrinas, los comprompán y las tangaritas, le “iluminaron la mente” para apostarle al aviturismo.
Las condiciones comenzaron a darse quince años atrás cuando Giraldo, de 63 años y propietario de una de las empresas de herrajes más reconocidas en Bucaramanga, viajó hasta la vereda Peñoles, entre Guatapé y San Rafael, en el nororiente antioqueño, para conocer la finca de su hermano.
Fue amor a primera vista, recuerda. El terreno estaba bendecido con abundantes y cristalinas fuentes de agua y, por supuesto, con pájaros por doquier.
Fue tal su fijación que no solo negoció ipso facto aquel terreno, sino que para asegurarse de no tener “vecinos ruidosos”, terminó por adquirir algunas fincas aledañas que también le coqueteaban. Hoy en total los predios de Giraldo suman más de 500 hectáreas habitadas por una biodiversidad de flora y fauna única, atraída al parecer por una temperatura perfecta creada por la conjunción entre el clima frío del nororiente antioqueño y el cálido del Magdalena Medio. Un pulmón verde sin igual.
Pero fue hasta hace ocho años que a Giraldo le comenzó a rondar la idea de desarrollar en este lugar un proyecto hotelero ecológico y bajo el concepto de lujo. Recuerda que le bastó ver el resultado “tan bonito” obtenido de la remodelación de dos sencillas casas – una para habitaciones y la otra para comedor-, enmarcadas por un gigantesco guadual, unas cascadas de agua color turquesa, una reserva natural con aproximadamente 500 hectáreas, una pesebrera y más de 230 especies de aves…
“¡Ahora sí se chifló Leo!” Pensaron algunos de sus allegados cuando les expresó abiertamente su idea, excepto su esposa Nena Cecilia Giraldo y sus dos hijos, quienes siempre lo han apoyado.
Hoy, el concepto que maneja el hotel boutique Manantiales del Campo está enmarcado en el de privacidad y lujo. El primero, porque pese a sus amplios espacios, dentro de sus políticas está no alojar a más de 34 personas. La segunda, porque además de habitaciones sencillas y cabañas, cuenta con suites estilo europeo, dotadas con jacuzzi al aire libre, baños inteligentes y una vista única sobre toda la propiedad.
Eso sí, cualquiera que sea la opción, el hotel garantiza atención personalizada, ya que mantiene una relación de un empleado por cada dos huéspedes (algo similar a la media mundial para atención y servicio, que requieren este tipo de lugares).
A lo anterior hay que sumarle un tentador spa para un relajante masaje tras un día de aventura, un salón de juegos para divertirse en la noche y hasta un salón para reuniones con capacidad para 60 personas. Eso, sin mencionar que el hotel tiene el privilegio de tener su propia embotelladora de agua para consumo exclusivo de sus huéspedes.
Para quienes gustan del turismo de naturaleza, la sensación que hoy experimentan cuando arriban hasta este lugar enclavado en las entrañas del Cañón de Guacaica, es la de haber llegado al mismísimo paraíso.
Franceses, italianos, españoles, ingleses y hasta arubianos, hacen parte de las nacionalidades de viajeros que más reservan estadías de varias noches en esta reserva, ya sea para realizar avistamiento de aves de la mano de expertos ornitólogos, senderismo o cabalgatas dirigidas con el acompañamiento de campesinos de la zona capacitados en guianza.
Diego Gallo es uno de ellos. Esta mañana el joven de 23 años lleva al hombro una mochila cargada de atenciones para su grupo de caminantes franceses: Un termo con café orgánico recién preparado, algunos bocadillos de hoja, galletas y miel. Mientras avanza a ritmo pausado y supervisando que los senderistas pongan el pie donde deben, confiesa que durante los tres años que lleva trabajando en Manantiales del Campo, ha visto a muchos extranjeros maravillarse con la belleza que alberga la reserva, al punto que les ha resultado imposible contener las lágrimas.
Es que además de más de 300 especies de aves identificadas, este paraíso verde cuenta con afluentes como la quebrada San Francisco que zigzaguea a lo largo del Cañón del Guacaica, dejando a su paso lugares idílicos como las cascadas Esmeralda o Las Gemelas que invitan al visitante a zambullirse en sus frías y cristalinas aguas. Una hidroterapia que promete renovar hasta el alma. Al terminar, una taza de café resulta el complemento perfecto para esta travesía. Uno de los logros más destacables que se aprecian montaña arriba, es que los caminos por donde se realiza senderismo fueron construidos sin tumbar un solo árbol. Más bien se esquivaron para preservarlos. Eso sí, todos confluyen en manantiales y cascadas de agua totalmente cristalina que quitan el aliento y, a veces, provocan exclamar gritos de emoción.
El respeto por la naturaleza se palpa a cada paso. En las habitaciones atravesadas por árboles que se mantienen en pie, en los senderos construidos en madera inmunizada, en los comederos dispuestos con bananos para que los monos titíes se aprovisionen, en los árboles parásitos sembrados para garantizar el alimento de Tangaritas y otras aves, en los hilos de agua que serpentean por los caminos del hotel, en los guaduales que acogen un salón natural de hamacas…
Giraldo confiesa que siempre ha tenido claro que el turismo de masas no es lo suyo. “Sería una irresponsabilidad con el ecosistema… además uno de los valores agregados del hotel es la privacidad, cosa que es posible garantizar con poca gente… mientras unos hacen caminata, otros cabalgan y otros están en la piscina o el spa; así es casi imposible cruzarse con otro huésped en este terreno tan grande”.
Hoy la capacidad máxima de huéspedes que se puede alojar en las 13 habitaciones de Manantiales del Campo son 34 personas. Además, a diferencia de la mayoría de alojamientos, aquí no se pone música en ningún momento, pues el canto de los pájaros y el correr del agua son arrullo suficiente. Tampoco hay teléfonos en las habitaciones y, aunque se ofrece el servicio de wifi, no se promocionan, porque la idea es desconectarse y descansar.
En cuanto a la comida, todas están incluidas para evitar que los huéspedes tengan que salir o llevar sus propios alimentos. Lo mejor es que es preparada con insumos orgánicos adquiridos directamente a la Asociación de Campesinos del Municipio de San Rafael, que reúne a hombres y mujeres que en algún momento sufrieron las consecuencias del conflicto armado.
Hoy la meta de Giraldo es hacer de Manantiales del Campo uno de los mejores hoteles de naturaleza en Latinoamérica bajo el eslogan “Porque un privilegio no es casualidad; es merecer beneficios de manera exclusiva”. Un propósito en el cual también lo acompañan de manera incondicional quince campesinos oriundos de la región; todos serviciales, activos, sonrientes, dispuestos y con una pasión que raya en locura provocada quizá, por el continuo avistamiento del Bienparado Común, perchado a la caza de maripositas.
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