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Barú, paraíso escondido

Por: Sandra Aguilera

Esta isla de siete mil hectáreas es un pedazo de paraíso en el que abundan playas de fina arena y cristalinas aguas.También, un lugar visto hoy por empresarios como uno de los enclaves más importantes para el desarrollo turístico del país.

Con una mano Mariela Zúñiga Barrios sostiene el tenedor con el cual voltea una y otra vez el pargo negro que frita, en u improvisado fogón levantado en el patio trasero de la que en Barú llaman la Casa Azul. Con la otra, trata de evitar que la brisa se lleve a lo lejos un estropeado sombrero de paja con el que busca hacerle el quite al implacable sol que baja esta mañana de un cielo sin nubes. El aroma a pescado no es ajeno a quienes a escasos metros, justo al lado de un taller de pareos, hacen fila con pimpinas alrededor de un pozo “que llora” para recoger agua de manera gratis a través de una manguera. Son mujeres, algunas con niños cargados en sus brazos, que buscan hacerle el quite a los $700 que deben pagar si quieren comprar agua potable en el único aljibe del pueblo.

“¿Sí se da cuenta? Es que Barú no es el paraíso que la gente se imagina”, dice Mariela sin descuidar la fritura. Una frase que dista del imaginario de aquellos que visualizan a esta isla de siete mil hectáreas como un pedazo de cielo, en el cual creen tan solo abundan playas de fina arena y cristalinas aguas. Pero Barú es mucho más...

Lo de mostrar

Está ubicada a 45 minutos en lancha desde Cartagena, en una de las áreas con mayor diversidad en su fauna en el mundo: El Parque Nacional Natural Corales del Rosario y San Bernardo. El primero está conformado por 43 islas, cubiertas de coral y en ellas se pueden apreciar cerca de 170 especies de peces. Este parque cubre alrededor de 20 hectáreas y se encuentra ubicado a 40 kilómetros de Cartagena.

Está lo obvio y lo que todos visitan. Ejemplo de ello es playa Blanca, uno de los sitios más apetecidos de esta zona insular, en donde el visitante es recibido con un coco loco bien frío que precede a un coctel de camarones o a unas ostras frescas con zumo de limón. Todo, como antesala a un suculento pargo frito, patacones y arroz con coco o a un sancocho de pescado.

Pero hay otras opciones. Al otro lado de la isla, yates privados llegan hasta escenarios como la ciénaga de Cholón, en donde son atendidos por nativos que literalmente caminan por entre el mar hasta sus embarcaciones para ofrecerles desde platillos caribeños hasta mariscos, cerveza y whisky.

De todas formas el trayecto de 45 minutos en lancha desde Cartagena, no es suficiente para apreciar la hermosura de esta bella y paradisíaca isla de La Heroica, en la cual varios reconocidos empresarios del país cuentan hoy con sus casas de descanso. Eso sí, este foco de progreso está viviendo algo más que el auge de los particulares por tener una propiedad privada en la región. Ahora están pensando en turismo masivo de alta calidad. Y entre ellos se destaca la experiencia que ofrecen cadenas hoteleras como Decamerón, que puso en funcionamiento un hotel de tipo tropical moderno, con 330 habitaciones, 4 restaurantes, discoteca, 2 canchas de tenis, gimnasio, spa y un centro de convenciones con capacidad para 700 personas.

Es tan apetecido este pedazo de paraíso para vacacionar, que empresarios del turismo como Jean Claude Bessudo han ido más allá. Hace unos meses la Organización Aviatur, de la cual es Presidente, inauguró precisamente en Cholón una casa navegante que se desplaza a ocho kilómetros por hora mientras sus ocupantes disfrutan de todos las comodidades de un hotel cinco estrellas, pero sobre el mar.
 
“No es un barco, tampoco una lancha rápida. Es una casa navegante para disfrutar el paisaje, estar aislado del ruido, sumergirse en una piscina mientras algunos bucean. Todo esto mientras se está alojado en una casa con cómodas habitaciones, cocina dotada, baños, equipos de buceo y una tripulación conformada por un maquinista, un capitán y una cocinera”, dice Bessudo.

Lo escondido...

Pero en Barú –en el corregimiento– no hay lujosos hoteles con aire acondicionado, piscina y spa. La vida para esta población, a la que también pertenecen las comunidades de Ararca y Santana, transcurre en humildes casas construidas en su mayoría con retazos de tabla y techadas con hojas de palma. Algunas, a punto de derrumbarse.

Eso sí, en cada calle, ya sea en la de los Cocos, la del Cementerio, la principal o la del Muelle, el estruendo de la champeta suena a su propio ritmo para dejar claro que pobreza no significa no tener un buen equipo de sonido en casa. No hay cuadra de este corregimiento en donde los niños no se vean correteando descalzos o montando en golpeadas bicicletas en las cuales por lo general un piloto y un copiloto se concentran justo al frente de la “Heladería Barú”; una casa de fachada pintada en rojo y blanco que en realidad funciona como una gallera, para dar inicio a atrevidas carreras.

Allí está el pequeño Yandel y su hermana Sharik. Ella, con un cuerpo menudito por cuenta de sus escasos siete kilos de peso, aunque ya cuenta con año y cuatro meses de edad. Él, más robusto y cachetón. Saltan de un lado para otro a pesar de la parasitosis que les fuera diagnosticada semanas atrás.

Una enfermedad, dice el médico de planta del pueblo, que se ha convertido en el común denominador de la población infantil de Barú, por cuenta de la falta de agua potable que trae como consecuencia además, diarrea, desnutrición y gripa. Pero existe otra paradoja. Si bien en Barú existe un médico permanente de lunes a lunes, además de la buena voluntad y disposición para atender, en el centro médico del pueblo no existe el equipo requerido para realizar diagnósticos a los pacientes.

Pensar en sacar a sus enfermos hasta una institución de salud en Cartagena es una utopía. “¿Cómo? ¡Eso es imposible mija! Si es en lancha privada se van $300 mil sólo en combustible y acá nadie tiene esa plata”, dice Irma Vargas, quien con el salario que recibe como aseadora del colegio Fe y Alegría, vela por su hija Amairanis, quien padece de una parálisis cerebral desde que tenía 4 años.

Es que los habitantes del pueblo de Barú están literalmente aislados. La carretera de acceso desde Playetas es intransitable por cuenta de su mal estado que sólo permite, según Mariela Zúñiga, que camionetas de particulares y con doble tracción lleguen al lugar. Y por el otro, transportar sus víveres, materiales y hasta enfermos por agua, es un costo que allí sólo unos pocos pueden pagar. Hoy un kilo de carne, por ejemplo, se consigue en $12.000. Un valor que para muchos es el culpable que el negocio de Blas Medrano, muy cerca al muelle, sea frecuentado por niños y adultos que buscan empanadas de tollo a $1.000 y arepas de huevo con calamar a $2.000.

Paralelamente, el alquiler de un día de lancha en Barú oscila entre $900 mil y $1 millón 200 mil. La carga de combustible para un bote de dos motores de 250 caballos de fuerza fuera de borda supera los 2 millones de pesos.

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