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Por: Sandra Aguilera
Y ahí estaba. La otrora bonga. La embarcación fluvial que mientras transportaba material hacia una isleta había sido capaz de 'engatusar' la imaginación de un francés. Flotaba, en apariencia inmóvil pero en realidad a merced del leve oleaje de la ciénaga de Cholón, y con su manera suave de mecerse seguía enamorando al hombre que años atrás ya había caído rendido a los pies de otros anfibios mecánicos (llámese un submarino y hasta un hovercraft).
Ahora ya no es la misma. El enamorado francés la 'vistió' de un blanco impecable, en el cual resaltan el rojo, el amarillo y el naranja de las tres hamacas desde las cuales yo, cualquier ciudadano y hasta el mismo francés que la concibió, pueden tenderse a tomar una copa de vino, comer arepa 'e huevo o simplemente disfrutar el paisaje que envuelve a la ciénaga de Cholón, en el costado occidental de Barú, en Cartagena.
Imponente, la embarcación de 340 metros cuadrados se abre paso por entre el sosegado Atlántico, atravesado por yates de pudientes empresarios que tienen terrenos en esa región, pero también por pequeñas canoas capitaneadas por pescadores que buscan meros, cabrillas y pargos negros en las profundidades y a punta de chinchorros.
El motor de 250 caballos de fuerza, que funciona con sistema de propulsión, ronronea sin alteraciones en su ritmo. Arriba, en la última de tres plantas, se divisa al nativo que con gafas oscuras, camiseta sudorosa y blanca, se encarga de regular la dirección a través del timón. Su cabina tiene visión de 360 grados y tiene –como él mismo dice en un marcado acento caribeño– "todos los juguetes": palanca de aceleración, sirena contra incendio, brújula, radar, un radiotransmisor y un sistema de comunicaciones que capta todas las frecuencias a nivel mundial.
Pero sin temor a equivocaciones, hasta el mismo francés que esta mañana cambió el vestido de paño y la corbata diaria por una pantaloneta azul, gafas y mochila wayuu, reitera que la otrora bonga no es un barco. Mucho menos una lancha. Paradójicamente, él mismo asegura que tampoco es una casa para navegar. Es, "un lugar para cambiar de ambiente".
Subir a bordo de este proyecto del Grupo Aviatur despeja cualquier duda al respecto. Mientras el calor implacable baja de un cielo sin nubes y fomenta el aroma del mar y de los manglares que se secan al sol esperando la subida de la próxima marea, una piscina de agua dulce ubicada en la primera planta de la embarcación atrae a quienes a esa hora, especialmente si son llegados del interior del país, se sienten estrangulados por el sol.
Su navegación es prácticamente imperceptible. De hecho esta casa no supera una velocidad de ocho kilómetros por hora, aunque tiene una autonomía de doce días que le da la posibilidad incluso de desplazarse hasta Mompox por el Magdalena.
Pero a diferencia del himno vallenato "La casa en el aire" de Rafael Escalona, ésta – la del francés que algunos tildan de loco- tiene una estructura metálica, es decir columnas y vigas en acero, levantada además sobre una base, también metálica, capaz de soportar más de treinta toneladas de peso.
Aunque sus dos habitaciones son simples y elegantes, basta una mirada para darse cuenta de que existen incontables detalles que hacen parte del confort que se ha pensado ofrecer a los visitantes: televisor plasma, cubrecamas de cálidos colores, canastos en mimbre y hasta agua caliente provista por energía solar.
Sí, es que la casa cuenta con paneles solares que aprovechan la energía de la radiación solar para producir no sólo agua caliente, sino para que ventiladores, nevera y demás electrodomésticos que posee en su interior, funcionen sin afectar el medio ambiente.
El comedor de la casa es excepcional. Se encuentra literalmente empotrado en el suelo de una las esquinas de la sala de recibo que está junto a la piscina. Una mesa de vidrio –en la que seis comensales pueden sentarse a disfrutar no sólo de una buena langosta, sino del paisaje de garzas, mangles y mar que circunda a Cholón– se complementa con un piso totalmente transparente que le permiten a cualquier ciudadano apreciar la fauna marina mientras se alimenta. Muy estilo japonés, dice el francés que se ideó el proyecto.
Una gran puerta corredera de cristal da acceso a la terraza donde se encuentra la piscina, dos asoleadoras y hasta un telescopio MOD 5066.
Justo encima, en la segunda planta, se encuentra una sala comedor decorada con muebles elaborados en rattan sintético, fabricados directamente en Bélgica, perfectamente ubicados junto a una cocina abierta y en forma de "L", completamente dotada, desde la cual una cocinera, quien hace parte de la tripulación, se esmera en la preparación de una suculento arroz de coco.
Caretas, esnórquel, aletas, chalecos, reguladores, tanques y compresores de buceo hacen parte del equipo provisto para quienes prefieren caretear o realizar inmersiones mientras navegan.
"Estar en ella y no tener ruido".
Ese es el mejor beneficio que reciben quienes se alojan en ella, dice el francés amante de los anfibios mecánicos, de las islas desiertas y del turismo como empresa: Jean Claude Bessudo.
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