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La idea del mochilero joven y solitario como dueño del mundo ya está pasando de moda. La mochila es patrimonio universal y si usted lo hace, incluso con sus hijos menores, de seguro va a obtener grandes satisfacciones. Por ejemplo mi familia, integrada por cuatro miembros, ha sido mochilera por años, incluso desde que mis dos hijos eran bebés. Y hoy que ellos ya son adolescentes, acabamos de terminar nuestro quinto viaje de mochila por Suramérica.
Nuestro viaje comenzó en Río de Janeiro, en donde por supuesto disfrutamos de las playas de Ipanema y Copacabana, pero también de las de Camboinhas y Piratininga, al otro lado del puente, más limpias y bonitas incluso.
Desde allí volamos a Foz de Iguazú. Es el paraíso para niños y adultos, en el que recomiendo conocer primero la parte argentina, en donde vale la pena quedarse en Puerto Iguazú una tarde degustando vinos y carnes, con shows de tango y demás; y tras el descanso de un día visitar la parte brasileña.
Pero además de Río e Iguazú, y también de las playas del nordeste cercanas a Salvador de Bahía, hay un Brasil maravilloso menos visitado. A unas 16 horas de Iguazú en bus, o con vuelos que acortan el trayecto, se llega a Bonito, el lugar que más premios ha ganado en ecoturismo en el país. Está compuesto por antiguas fincas ganaderas, con ríos cristalinos y cuevas prediluvianas, convertidas en un conjunto de parques temáticos, algo costosos pero muy bien organizados, en los que uno puede pasar más de una semana visitando los principales. Mi favorita es el Río de la plata, y la agencia estrella por atención y calidad es Bonitour, en la que hasta hay colombianos (Paola) orientando a sus paisanos y dando claves para ahorrar un poco y moverse mejor.
En Bonito vale la pena alquilar un carro, reservar hotel, comprar con tiempo los ingresos a las fincas temáticas. No pasará mucho tiempo antes de que se haga una idea de lo que puede hacer Colombia turísticamente en el posconflicto.
El Río de la Plata es una naciente en la que, con trajes especiales para el leve frío y un súper guía - ojalá les toque Rogerio-, se puede nadar durante una hora entera río abajo, rodeado de peces pacíficos, en un ambiente idílico único y muy bien conservado. Tanto esta atracción, como las grutas y las visitas a otros ríos, en donde hay lanzamiento desde garrochas, es realizada con mil controles ecológicos y, aunque un poco costosa, merece la pena ser conocida.
El otro lugar único y poco conocido es Pantanal, ubicado a unas cinco horas de Bonito en carro. Allí se observan los pantanos más grandes del planeta, cocodrilos y otra fauna que en la parte superior de esta selva, que es el Amazonas, no se ve con facilidad.
Corumbá fue nuestra base, con un bonito puerto y paseos en barco por el río Paraguay, pero vale la pena gastarse dos días en una hacienda cercana haciendo sus paseos en lancha y a caballo, o incluso meterse cinco días a la selva en un bote… eso sí, sin olvidar repelente por montones y comida, por supuesto.
Casi nadie viaja a Bolivia y es un error. Si bien hay poca infraestructura turística y, en algunos lugares no saben todavía del todo cómo atender al viajero, es un país seguro, variopinto e interesante. Desde Corumbá en Brasil se llega en taxi a la frontera y en media hora ya se está en Bolivia, donde es mejor no tomar el llamado tren de la muerte, - 21 horas sentado-, hasta Santa Cruz, sino irse en bus o carro alquilado con chofer a conocer los hervores o ríos calientes volcánicos, con arenas movedizas no peligrosas, y sobre todo las misiones jesuitas de la llamada Chiquitanía. Es en San José de Chiquitos donde vale la pena quedarse una noche para apreciar el magnífico monasterio e iglesia y las ruinas de la antigua Santa Cruz.
Por tierra o tren se llega también a la modernísima Santa Cruz de la Sierra, donde es aconsejable alojarse en un buen hotel por un par de noches para descansar. Una buena opción es el recién inaugurado Hampton Hilton. Claro, y si se va con niños y adolescentes, es importante cada cierto tiempo llegar a un lugar así, llevarlos a un moderno centro comercial - el Ventura es el mejor del país -, para que coman por un día por lo menos sus comidas rápidas favoritas y vean alguna película gringa de cartelera.
Pero viajar por tierra todo el tiempo en Bolivia, no es fácil. Así que una buena idea es partir de Santa Cruz hacia Sucre, la antigua capital, en avión. Allí, una buena opción para alojarse es el lujoso y no tan caro, hotel Parador de Santa María La Real. Un día es suficiente para recorrer sus iglesias y subir a sus techos- miradores para ver la ciudad blanca y, si es domingo, para visitar un famoso mercado en un pueblo vecino.
La siguiente etapa por tierra es Potosí, la gran montaña de plata, donde sin duda hay que tomar un tour por las minas. Los hay baratos y caros y no son muy diferentes el uno del otro. Pero más importante aún es no perderse uno de los museos más interesantes del mundo: La Casa de la Moneda, un antiguo edificio en el que los españoles acuñaban las monedas de plata y armaban los lingotes enviados al rey para sostener sus guerras.
También por tierra se llega a Uyuni, en donde hay que escoger bien entre decenas de agencias regulares que ofrecen sus servicios. Un buen plan a elegir es un paquete de tres días por desiertos de sal, géiseres activos, termas volcánicas para tomar baños a 4.900 metros de altura, e infinidad de paisajes de páramos solo vistos en fotos. Si tienen suerte, por estas fechas pasa por allí el París-Dakar.
Durante la temporada del Dakar, para salir de allí la única forma es en avión. Una buena idea es tomar rumbo hacia La Paz, en donde ahora opera un sistema de telesillas como en Medellín, que permite ver la ciudad como antes no era posible. Una tarde en el centro es suficiente, o un día con museos y calles peatonales de tejidos y souvenirs. Es un buen lugar para dormir bien y con comodidades, luego de tanta aventura ecológica.
A menos de dos horas de La paz se llega a Perú, por la vía corta de desaguadero y no por la de Copacabana, aunque esta merece visita si hay tiempo, pues es una isla boliviana en el Titicaca con buena atención y atractivos.
Por ambos lados llega uno fácil a Puno, donde es imprescindible hacer el tour de los Uros, o sea las islas flotantes en las cuales viven los indígenas, para ver sus casas, comer trucha, escuchar sus historias y comprar barquitos de totora, la raíz con la que hacen la isla, las casas y casi todo. Nuestra visita coincidió con las fiestas de la Candelaria en Puno y creemos que vale la pena asistir al desfile principal de señoras indígenas muy bien ataviadas y caballeros de todas las edades, bailando los ritmos hispano-incas que surgieron de la fusión de las dos culturas.
Luego de visitar Puno, una buena opción es viajar a Cusco y Machu picchu o a Arequipa. Son tres destinos fundamentales. La última es menos conocida y se olvida a veces, pero son bien imponentes tanto su plaza mayor, como su monasterio ciudadela de clausura de época colonial.
Si el tiempo lo permite, hacer una parada en Lima luego de volar desde alguno de estos destinos, da la oportunidad de saborear comida gourmet y disfrutar del turismo de capital colonial nada despreciable.
Nuestro periplo terminó en la costa colombiana, descansando en una cabaña alquilada en el Golfo del Morrosquillo, recuperándonos de tantos trasnochos, desplazamientos y, sobre todo, de un montón de emociones sin pausa que supuso este viaje.
Texto por: David Roll
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