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El  arcoíris en el agua

Por: Enrique Patiño

Caño Cristales, en el Meta, es considerado el río más bello del mundo. Las fotos que allí logramos captar les dan la razón a los más fervientes defensores de esta afirmación. No solo las imágenes: esa idea la reafirma la sensación de estar en un lugar privilegiado en clima y belleza.

Lo dicen, lo repiten, insisten, lo recalcan y vuelven a recordarlo a todo turista que llega al municipio de La Macarena, en el departamento del Meta: “Le va a gustar”, “Le encantará”, “Es famoso en todo el mundo”.

Lo dicen en el aeropuerto, los guías, los residentes, las personas que no han ido nunca y venden empanadas en la plaza central del pueblo. Tanto, que cuando uno por fin cruza el río Guayabero, paso obligado que divide a La Macarena del inicio del paseo de ocho kilómetros que conducen al que es considerado el río más bello del mundo, uno ya tiene encima el susto de que sea más la publicidad que la realidad.

Pero no. Por fortuna no. Por la belleza inmaculada de la naturaleza tienen razón todos ellos. Porque luego de que uno pasa las ansias iniciales de llegar al lugar, después de haber calmado la sed y el cansancio de una caminata bajo un sol violento, unos minutos después de sentarse y respirar el aire caliente que atosiga los pulmones y al mismo tiempo los llena con el aire puro de un lugar sin autos, uno deja de ver con los ojos del turista ansioso. Y empieza a observar distinto a Caño Cristales, un río breve que cruza sobre algunas de las rocas más antiguas de la humanidad. Tan distinto que ya no lo mira con la ferocidad del turista que ansía solo una bella foto. Sino que se rinde.

Porque eso logra Caño Cristales. Que uno se rinda. Que se doblegue poco a poco, pozo tras pozo, entre los cientos que surgen en los tres brazos o ramales en los que se divide este río. Que se sorprenda en ese lugar, oculto entre una vegetación amazónica incipiente, con las formaciones rocosas de distintas profundidades y casi todas circulares, en las cuales florecen plantas acuáticas endémicas de color rojo, rosado y de un leve naranja. Que la transparencia del agua deleite tanto como la belleza de las plantas acumuladas que tiñen de rojo sangre el curso del agua. Que esa misma nitidez del agua permita ver hasta cinco metros de profundidad en los pozos más hondos, y que sea posible distinguir el reflejo de las plantas aledañas y el azul del cielo en sus aguas, como si fueran la luna de un espejo casi perfecto.

Y que sumados, todos los colores, desde el granito de la superficie hasta el blanco de las nubes reflejadas en sus aguas, hacen que sean más variadas las tonalidades del río que las de un arcoíris. Cuando uno lo comprende, cuando uno se detiene, sin prisa, y se queda a la vera de un pozo, y luego, siguiendo la admiración que guió los rituales de nuestros antepasados, es capaz de dejar atrás la música, el ruido, las cámaras, las charlas, y se sumerge en sus aguas cálidas, uno entiende que sí, que tal vez todos tenían razón: es el río más bello del mundo. O puede que no. Que haya otros. Pero no importa. Uno se siente en la mitad de un arcoíris de agua y plantas, cálido y puro, como si flotara en el cielo sumergido.

El recorrido


Enrique y Víctor tienen 70 años. Sus esposas viajan con ellos y son más aventureras y animadas que la mayoría de jóvenes que conozco: eso implica una rutina de viajes que los llevan desde bucear en Cuba y pasar por cavernas en Roatán, hasta hacer parapente en Sopó, balsaje y espeleología en Guane y Barichara, celebrar año nuevo en La Guajira, escalar a Ciudad Perdida en la Sierra Nevada o recorrer caminando a paso de campeones el trayecto que separa a los turistas de La Macarena a Caño Cristales. Ellos son el ejemplo de la voluntad de los que aspiran a llegar a este río: tenían el objetivo claro de verlo e hicieron lo posible por conseguirlo, y su paso firme y su talante dicharachero lo demuestran, en medio de sus risas, que resuenan por entre los pozos de agua a pesar del fatigoso calor del mediodía. Porque para ellos, el viaje es la aventura, más que el destino mismo. Y la vida misma es una aventura que vale la pena vivir al extremo y con riesgo. Por eso, Caño Cristales les sabe a aventura, en especial durante el recorrido que nos lleva a visitar lugares que los locales han bautizado como la Cascada del amor, la Cascada de los cuarzos, la Piedra de la virgen, la Escalera o Pozo Cuadrado.

Ellos también se detienen. Y en un instante dado, se sumergen bajo una cascada y se olvidan del mundo, ensordecidos por el estruendo del agua pura. Alaban el lugar, pero también son conscientes de que hay comodidades que hace tres años parecían imposibles en este municipio. Un par de hoteles básicos, pero cómodos; un espectáculo local de joropo y música tradicional llanera, preparado para los turistas, que acerca al viajero a la cultura local y que se agradece con el corazón porque así lo organiza la gente de La Macarena; un grupo de guías que no desamparan jamás a los turistas, son incondicionales y se entregan de lleno a esta única fuente de sustento para los jóvenes del municipio; una seguridad que aunque disfrazada de Ejército, igual ha permitido volver al lugar a decenas de turistas; una comida preparada por jóvenes del Sena que se envuelve en hojas de plátano y sirve para comer a orillas del río; y un plan turístico que lo abarca todo, desde la guianza hasta la comida, y que hace que el turista se concentre solo en comprar el agua para no deshidratarse y en disfrutar del viaje.

Precisamente con ellos, con esas parejas que rondan los 70 años, es posible comprobar la afirmación de que el río que todos dicen que es el más bello puede que sí lo sea: han viajado por más de medio mundo y tienen alma de viajeros de caminos tomar. Ellos, en las aguas de Caño Cristales, con esnórquel y careta, nadan entre las plantas acuáticas endémicas y emergen para decir que el espectáculo los ha conmovido, y que aunque apenas la región aprende a defenderse en materia de turismo, y son muchas aún las falencias, volverían a sus aguas. Cuando la gente del pueblo, los guías, los soldados, los comerciantes y todo el mundo que nos encontramos pregunta si nos pareció “el mejor río”, “el más bello lugar”, el “curso de agua más espectacular”, etcétera, afirmamos que sí, que sí lo es. Y esta vez lo diremos también nosotros. Pero no mucho. Porque la intención es que el lector no crea que es publicidad, sino una posibilidad real que está esperando a que usted repose de la caminata que lo llevará hasta su orilla, respire, se tome su tiempo y descubra, en calma, ese río que es más bien una especie de arcoíris que descendió y besó el agua.

Si se fija, si se detiene un instante más, se verá usted reflejado y entenderá que ese es el mayor mensaje de ir allí: que usted también forma parte de ese espectáculo natural, parte del reflejo de los tantos colores, parte de la fusión de la naturaleza con el ser humano. Como debe ser. Perfecta, como el reflejo y la nitidez del agua.

Qué hacer


No hay mucho que hacer en La Macarena. El pueblo escasamente cuenta con un par de calles pavimentadas, cuatro hoteles, algunos cuantos establecimientos que ofrecen comida y un par de lugares nocturnos para los que quieren hacer algo más allá de las 9 de la noche. De resto, vive del comercio a través del río y con municipios vecinos como San Vicente del Caguán, pero las vías en mal estado dificultan desplazarse a otros lugares. No solo las vías: la seguridad, aseguran las decenas de tropas apostadas en el municipio y los guías de la región, obliga a no visitar varios parajes de gran belleza, como los petroglifos, Ciudad de Piedra y el raudal Angostura, ubicados cerca del río Guayabero, en los cuales el Ejército no se compromete a brindar seguridad. En el pueblo hay cultivos de caucho, para los interesados. Además de eso, el único plan es ver Caño Cristales. Y punto. Pero bien vale la pena.

El plan que ofrece Satena y Ecoturismo La Macarena, entre otros operadores turísticos de la región, incluye las comidas, el hotel y la guianza. Es decir, todo lo que usted necesita. Los guías son jóvenes magníficos en el trato, aunque todavía están aprendiendo a lidiar con los turistas. Pueden mejorar aún, pero su voluntad los hace entrañables y cercanos al turista.

Cómo llegar

Satena acaba de abrir una ruta nueva que lleva directamente de Bogotá al municipio de La Macarena en tan solo 50 minutos. Sale los viernes en la mañana y se regresa los domingos en la tarde. La opción, ideal porque abarca el fin de semana, es la más sencilla para los viajeros y la que le permite quedarse lo justo en el municipio del Meta para realizar al menos dos visitas a Caño Cristales. Sin embargo, hay más alternativas a través de Villavicencio: avionetas que salen del aeropuerto y hacen el recorrido sobre la Serranía de La Macarena para llegar finalmente al municipio.

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