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Ver otras fechasEn este apacible rincón de los Llanos, a orillas del río Ariporo, los animales se atraviesan en los caminos. Los chigüiros abundan en los esteros, los venados miran desde los matorrales y las babillas se calientan al sol… un paraíso de fauna silvestre en Colombia.
Pertenecientes a la misma saga y enamorados de la inmensidad, de la soledad y del viento, el argentino José Hernández y el colombiano Nelson Arturo Barragán Plata, han cantado a la Tierra que coquetea con el horizte y con los espejismos de la felicidad. El primero le cantó a su pampa, tendida bajo las constelaciones del Sur y, el segundo, a los Llanos, dormidos bajo las estrellas del Trópico. El argentino en “Martín Fierro” y el colombiano en “Mi Llano en cuadros y canciones”.
Y así comienza el llanero Barragán:
“Voy a empezar a cantar
con sentimiento y coraje
para retratar al Llano
y a sus distintos lugares
y para arrancar del pecho
las penas y los pesares”.
Así comienza el austral Hernández:
“Aquí me pongo a cantar
al compás de mi vigüela,
que al hombre que lo desvela
una pena extraordinaria
como el ave solitaria
con el cantar se consuela”
Hace muchos años el patriarca Armando Barragán, “el Blanco”, como le dicen con respeto y cariño sus hijos, creó junto con Ligia su esposa, el hato La Aurora en las augustas soledades del Norte del Casanare. Este departamento, a cuyos “centauros indomables” debemos los colombianos el preciado don de la independencia, ofrece a los amantes de la belleza destinos de inolvidable recorrido; uno de ellos es la ruta libertadora que cruza varios pueblos del departamento, entre ellos Pore, que fue capital de la Nueva Granada en los días gloriosos de la gesta independentista.
La ambientación para la llegada al paraíso la va dando el recorrido desde Yopal hasta el hato. Se viaja por carretera hasta Paz de Ariporo y allí cerca se puede tomar la falca que, descendiendo el río Ariporo, lleva al Hato. O bien se continúa por carretera desde Paz de Ariporo hasta el paraíso.
A medida que el viajero – no el turista- se va adentrando en el Llano y en sus embrujos y los letales y deliciosos regalos de la “civilización” van quedando atrás, comienza a llenarse de los mensajes de lo salvaje en forma de aves, reptiles, mamíferos, bosques, perfumes agrestes, inmensidad y silencio. El hato La Aurora hace realidad la definición que los indios de las praderas daban de lo salvaje: “Salvaje es lo más parecido a libre”.
Me acompañaban esta vez César Augusto Rojas Carvajal, el médico Carlos Uribe, Wilfredo Garzón e Iván Gioia.
Ya estamos en el paraíso. Las sorpresas van en aumento cuando Nelson Barragán, sus hermanos, los vaqueros y los empleados del hato reciben a los viajeros como si fueran viejos amigos que vuelven a encontrarse. El hotel del hato se llama Juan Solito y ofrece las comodidades necesarias y confortables y hay servicio de luz eléctrica. Este servicio es imprescindible para cargar las cámaras fotográficas que se enloquecerán también, apoderándose de todos los rincones del paisaje.
El visitante halla aquí ocho motivos cuyo conjunto no encuentra reunido en ningún otro lugar de Colombia: paz, amabilidad en el servicio, posibilidad de aventura, indefinible belleza del paisaje, fauna, flora representada en bosques y matas de monte, excelente comida y espectáculo de la cultura llanera tradicional.
La Vorágine de José Eustasio Rivera describe los amaneceres inolvidables del Llano. Aquí en La Aurora se los goza igual que los atardeceres que ponen a vibrar las cuerdas de las almas sensibles a la belleza y a los mensajes que el cosmos dispara calladamente.
Los viajeros se desplazan en camperos por los carreteables de las sabanas y se detienen para admirar, fotografiar y acercarse a los animales. En medio de las vacadas se encuentra el tesoro del hato: La numerosa y variada fauna. Miles de chigüiros, centenares de venados y de babillas, zorros, tortugas, puercos salvajes, picures, zarigüeyas, tigrillos, armadillos, osos hormigueros, matos, iguanas, potros salvajes… Por fototrampeo se sabe que hay 19 jaguares y decenas de pumas. A estos grandes felinos no se los ve fácilmente pues son de hábitos nocturnos. Gracias a la amistad de Armando Barragán con Jorge Londoño y Alejandro Olaya, otros enamorados del Llano que se han propuesto con su Fundación Palmarito Casanare salvar los cocodrilos de los Llanos, los más grandes del planeta, ya se han liberado varias decenas de ellos en las lagunas de La Aurora.
En los Llanos a los cocodrilos los llaman caimanes y el sabio Humboldt midió en estas regiones uno de 6,40 metros. Espectáculo memorable son las gigantescas anacondas o boas acuáticas que se observan en los humedales del hato, poderosos reptiles de hasta 8 metros que se pueden tocar con cuidado y con mucha emoción.
Se diría que el Creador destinó a La Aurora su “cargamento de aves”. Hay 350 especies, muchas endémicas que van desde los diminutos colibríes hasta los garzones soldados que alcanzan un metro y medio de altura, pasando por todas las rapaces. Cadenas de televisión y productoras de documentales de fauna de todo el mundo visitan a menudo el hato que les ofrece reunido en unas miles de hectáreas, una réplica del Arca de Noé.
En camperos, a pie, a caballo o por el río, los visitantes “se hunden” en la inmensidad y comulgan con ella.
Toda la familia Barragán Plata, empezando por “el Blanco”, está comprometida con la salvación de la riqueza llanera: La material, de sabanas, matas de monte, ríos, flora y fauna y, la espiritual, de la tradición cultural. Julio, Jorge, Ovidio y Sebastián, además de sobrinos y nietos, colaboran. Las noches son encantadoras. Nelson es poeta, pintor y cantautor. Armado con todos los instrumentos musicales típicos del Llano, comenzando por el arpa, y ayudado por sus hermanos y los vaqueros, deleita a los viajeros con la música hermosa y picarona que cuenta historias de amores, de cacerías, de espantos y de vaquerías.
Tigres, caimanes, anacondas, paraulatas y los amigables alcaravanes, además de las muchachas bonitas, llenan las historias y leyendas. Tras la música vienen los bailes llaneros.
En La Aurora se hace el trabajo del Llano siguiendo las más antiguas tradiciones: marcaje de potros y de reses y doma de los primeros. Esa lucha entre el hombre y el potro salvaje, noble animal, con la simple ayuda de un lazo y de un botalón que arde y queda marcado por la brutal fricción de los rejos, es épica.
Muchas veces he ido al hato y muchas más volveré, las que la vida me depare. Allí me siento más salvaje, más puro. Y ojalá no lloremos algún día recitando el hermoso verso de Carranza que se lamenta por la destrucción del Llano: “Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue verdad”.
Gracias a personas como Armando Barragán y Jorge Londoño, inmensos retazos del Llano, tan codiciados y destruidos hoy por petroleras y sembradores de palma, soya y arroz, se salvarán para Colombia y para el mundo. También para que quienes buscamos “el mundo salvaje”, respiremos allí ariscos vientos de libertad y arañemos los linderos de la armonía cósmica.
Texto de Andrés Hurtado García
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