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La ex unión Soviética un planeta por descubrir

Por: David Roll

La disolución de la Unión Soviética en 1991 abrió al viajero un nuevo planeta para ser recorrido y descubierto. Las imperdibles Moscú y San Petersburgo eran y siguen siendo las ciudades más visitadas, pero ese vasto territorio euroasiático que ahora son muchos países independientes, puede dar lugar a dos recorridos únicos en el mundo y diferentes a los muchos que ofrece la sola Rusia.

Del Asia Central al Cáucaso Meridional: una región única.


Para empezar, este es un viaje de aventura. (visas, transporte, fronteras y buenas sorpresas). Para hacer por tierra (y mar) este lejano, difícil y fascinante recorrido, recomiendo llegar en avión a Bishkek, la capital de Kirguistán, en la frontera con China, y tomar el avión de regreso en Yereván, la capital de Georgia en la frontera con Turquía, con facilidades y ambiente prácticamente europeos. Es mejor tratar de conseguir las visas con anticipación en Moscú, porque hacerlo una a una en cada país, como fue mi experiencia, no es apto para cardíacos.

Como dije antes, debe comenzarse con Kirguistán en dónde vale la pena ir a lasmontañas siempre nevadas y no lejanas de Bishkek y darle la vuelta en varios días al lago Issyk Kul para ver pintorescas poblaciones con iglesias rusas y balnearios de reposo soviéticos detenidos en el tiempo, combinando la ruta con los mercados de animales en los que se venden ovejas en las maletas de viejos carros rusos que exhiben cabezas de vaca recién cortadas junto a las maletas de los poquísimos turistas. Por momentos uno siente que está en un pueblo boyacense: por los trajes, las costumbres y hasta por las fisonomías, aunque las tiendas blancas y redondas o yurtas y la comida ácida y ruda recuerdan que se está en una zona conquistada siglos atrás por antiguos guerreros mongoles.


Kazajistán también merece por lo menos un rápido vistazo porque desde Bishkek es accesible Alma Atta, la antigua capital de esa ex república soviética en donde se mezclan lo ortodoxo y lo musulmán con los restos del comunismo y el emergente consumismo capitalista de un país rico en petróleo y con presidentes medio vitalicios.

Vale la pena conocer también Tajikistán para apreciar sus fabulosas montañas. Es la más pobre de las ex repúblicas soviéticas (no había ni una sola óptica en todo el país) pero es sugestivo disfrutar su aire a Oriente Medio que le confiere la vecindad con Afganistán.

Turkmenistán también puede incluirse en el itinerario de viaje por ser un país muy cerrado donde el exsecretario del Partido Comunista se declaró un dios y creó una religión propia luego de la independencia.

La joya de la corona de la zona es definitivamente Uzbekistán donde aún pueden apreciarse las ruinas del palacio de Shakhrisabz de Tamerlán (leerse antes el libro del colombiano Enrique Serrano) y el intacto e impecable centro medieval musulmán del Ragistán en Samarcanda, que deja al turista preguntándose por qué nadie le dijo antes que existía algo así. Pero sobre todo hay que darse el trabajo de llegar a las ciudades impecablemente conservadas de la Ruta de la Seda, Jiva y Bujara, una auténtica experiencia marcopoliana irrepetible en cualquier otro lugar del mundo.

Una vez se ha terminado el recorrido por Asia Central ex soviética, se puede cruzar el mar Caspio hacia el Cáucaso Meridional ex soviético (aunque hay vuelos baratos desde Uzbekistán), empezando por la musulmana y petrolera nación de Azerbaiján, donde uno se siente en una película de ciencia ficción catastrofista visitando los ya centenarios pozos petroleros que arruinaron ecológicamente y para siempre una zona inmensa parecida hoy a lo que uno se imagina debe ser Marte.

Aunque el siguiente país para este recorrido es la cristianísima Armenia, hay que ir a Georgia primero porque la guerra que existió entre el país cristiano y el musulmán mantiene tensas las cosas y, segundo, porque sólo desde Armenia puede visitarse Nagorno Karabakh, el territorio que ganaron los pobres armenios contra el rico Azerbaiján, ayudados por los emigrantes prósperos de Estados Unidos.

Yereván, la capital de Georgia, es un encanto de ciudad y desde ella pueden hacerse viajes a lugares cercanos con cosas tan absurdas e interesantes como el museo de Stalin.

Ucrania


Los ucranianos estuvieron mucho tiempo bajo el dominio ruso y luego soviético, pero son un pueblo incluso más antiguo y eso se nota en su orgullo nacional ahora que son finalmente independientes, aunque siguen teniendo problemas políticos internos serios (detención arbitraria de opositores) y porque no saben todavía si quieren o no entrar en la Unión Europea.

Algunos dicen que Ucrania no merece ser visitada pero fue un país importante de la Unión Soviética, por eso un par de días en Kiev no serán aburridos, máxime si se recorre la plaza donde tuvo lugar la revolución naranja que dio lugar a la democracia, o se visitan los lugares emblemáticos de Chejov y, por supuesto, se compra caviar original en su mercado central.

Vale la pena visitar también la europea Lviv del norte si uno viene bajando desde la polaca Cracovia, como yo lo recomiendo, y definitivamente hay que seguir hasta Odessa en el sur por tren y acudir además a sus playas.

El país museo de Crimea

La península de Crimea, situada al sur de Ucrania, sobre el mar Negro, puede ser el lugar del mundo donde existen más atractivos turísticos juntos  en el menor espacio posible. Es como un museo al aire libre y resulta un gran descubrimiento para el viajero que se extraña de no encontrarse con otros turistas en tan impresionante destino. La explicación parece ser que los rusos y ucranianos la siguen queriendo para ellos de manera exclusiva porque tanto en la Rusia zarista como en la era soviética, era el balneario de los ricos y poderosos. Por eso quizá casi nadie habla inglés, los turistas son mirados con extrañeza y resulta difícil moverse de un lugar a otro, hospedarse y obtener información. De hecho los pocos viajeros no rusos o ucranianos que se ven llegan en barco desde Turquía.


Casi todos sus dueños históricos dejaron huellas en Crimea y estas aún persisten en un entorno marítimo y montañoso difícil de encontrar en otro lado. Primero fue tribal, luego griega, más adelante romana, tiempo después invadida por godos, de influencia bizantina cristiana en otro momento y totalmente turca hasta 1783, cuando se volvió parte del imperio ruso, para luego ser provincia soviética, autónoma primero, y parte de Ucrania luego.

En pocos días el viajero puede tomarse fotos en el decimonónico castillo Swallows, al borde de un acantilado famoso y con un halcón cazador en su brazo, y en esa misma mañana visitar el palacio de Livadia, donde los zares rusos pasaron sus últimos veranos y se reunieron para ver cómo se repartirían el mundo cuando ganaran la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt, Churchill y Stalin.

En esa más bien sencilla mansión situada en lo alto de una colina, con un mar de espejo en la base y borrosas montañas en la lejanía, están los muebles originales de los zares y de la conferencia de Yalta, así como fotos y objetos de uno y otro momento histórico. Y aún queda tiempo para ver el palacio Vorontsov en Alupka, para finalmente tomarse una borscht (sopa caliente de remolacha) en la ciudad, mirando la estatua de Lenin por la ventana con un enorme letrero de McDonald’s al fondo.

También se puede visitar en el extremo de la isla, pues Crimea es casi insular, una fortaleza de la ruta de la Seda (Sudak), y en otra parte un palacio otomano (Massandra). No demasiado lejos están las cuevas del monasterio de Uspensky, centro de la religión ortodoxa en Crimea por mucho tiempo. Todo esto en un espacio similar al de Suiza.

Por último, además de los sitios históricos, Crimea tiene el atractivo de las montañas y de sus playas un tanto extrañas por ser de piedra, aunque con un mar fresco y claro. Pero su ventaja competitiva en playas es que siendo las ucranianas las mujeres más bonitas del mundo y este su balneario, una tarde de playa resulta casi insoportable para el viajero solitario, y las pocas turistas occidentales viven también nerviosas porque los hombres parecen casi todos atletas circenses. Es tanto el culto al cuerpo, que desde el siglo XIX existe en Koktebel una playa nudista por la que han pasado más de cuatro generaciones de bañistas locales.

Todos estos paraísos turísticos ex soviéticos aún no están incluidos en las agencias masivas de turismo ni en las rutas mochileras por lo que resultan para un viajero descubrirlas el equivalente a una cueva de Aladino.

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