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Ver otras fechasLa mejor forma de conocer las ciudades es casi siempre caminando, pero unas se prestan más que otras para ello. Madrid es una de esas joyas europeas amables con el caminante, que puede recorrerse en un día, y da para disfrutarla con calma por lo menos otros siete (días o años, pues como decía Borges, una ciudad solo se conoce en una semana o en siete años).
Texto: David Roll.
Madrid tiene tantas cosas diferentes e interesantes en tan poco espacio, que es casi un parque temático de la historia de la capital de este país del que heredamos el mayor porcentaje de nuestra cultura. Recorrerla es redescubrirnos un poco por las diferencias, sorprendernos mucho por las similitudes, pero sobre todo maravillarnos de cómo se ha convertido en una ciudad para el gozo, forjada durante siglos y siglos de vicisitudes y épocas gloriosas. Y es que sus actuales habitantes disfrutan de ella porque sus antepasados y ellos mismos la fueron convirtiendo en esa metrópoli con sabor a antiguo y modernidad que es hoy.
Por solo citar algunos de esos momentos, la Madrid actual viene del Siglo de Oro en que se disputaban en sus calles con versos e insultos Cervantes y Lope de Vega, pasando por los gloriosos relatos de Benito Pérez Galdós y su “Fortunata y Jacinta”, hasta el alegre Madrid de la transición española a la democracia, inaugurada por el popular alcalde Tierno Galván, conocida esa época como los tiempos de la “Movida Madrileña”. Todo ello llega hasta nuestros días con su jolgorio intacto, pero sazonado por la influencia de la diáspora latinoamericana, sobre todo de colombianos y ecuatorianos, llegados a principio de este siglo.
El recorrido empieza por supuesto en la Puerta del Sol, la plaza que constituye el centro mismo de la ciudad, donde se encuentra el Ayuntamiento o Alcaldía de Madrid y una placa llamada el “kilómetro 0”, a partir de la cual se cuentan todas las distancias hacia cualquier lugar del país. Esta plaza es remodelada cada cierto número de décadas, pero a todas ha sobrevivido uno de los avisos publicitarios más típicos de España, que promociona un vino de jerez con una botella vestida a lo andaluz y con el reclamo publicitario “Sol de España embotellado”.
Es en la Puerta del Sol donde se congregan miles de madrileños y extranjeros cada 31 de diciembre para despedir el año, atragantándose doce uvas al ritmo del segundero del histórico reloj de la plaza, bebiendo antes una botella de champaña que, una vez vacía, se convierte en uno de los miles de proyectiles que vuelan al azar por los aires. Es un espectáculo extraño y un tanto peligroso, pero todos los que vivimos en la ciudad asistimos a él, por lo menos en una ocasión y nos emocionamos al escuchar la canción de Mecano que hizo famoso ese rito: “En la puerta del sol, como el año que fue…”.
En esta plaza ha estado, en diferentes lugares, el símbolo de la ciudad, una escultura de un oso apoyado en sus patas delanteras en un árbol de bajo tamaño, conocida como “El Oso y el Madroño”. Es el lugar donde los locales acostumbran darse cita, por esa costumbre muy madrileña de “quedar” para salir, ya que no se acostumbra como en nuestras tierras invitar a las casas a los amigos, sino encontrarse en lugares preferentemente nocturnos para beber vino y cerveza, picar tapas y, sobre todo, hablar a gritos y fumar, las dos actividades sin las cuales los madrileños no serían madrileños (aunque la fumada por fin ya es afuera en casi todas partes, pero costó mucho imponerlo).
En Madrid, si se tiene menos de 99 años, no queda más remedio que lanzarse a ese peregrinaje agotador que se llama “la marcha madrileña”, que consiste en visitar no solo un sitio y ya, como hacemos en nuestro país, sino muchos de los lugares de copas que existen en toda la ciudad, pero especialmente ciertas zonas de Madrid no muy lejanas a la Puerta del Sol, como son la calle de Huertas o la plaza cercana a esta, donde se encuentran el Teatro Español y el de La Comedia, dos símbolos madrileños en donde siempre hay piezas clásicas o modernas pero de la más alta calidad.
Ir de bar en bar se considera un gran placer en Madrid y en España en general, a pesar del tumulto, pues - dicen los madrileños- los bares vacíos no merecen ni una mirada. Pero ojo con el bolsillo. Una noche de marcha para una pareja vale normalmente un salario mínimo en Colombia si se consume algo en cada lugar al que se entra, lo cual es la costumbre. Claro, quien tenga euros de sobra, bien vale la pena hacerse al plan.
Más sensato para el turista medio es sentarse toda la noche en el tradicional café Populart en Huertas 22, a escuchar conciertos de jazz en vivo, pagando una entrada no demasiada alta. Desde la crisis del 2007, los jóvenes han abandonado un poco los bares de la zona, y más bien compran licor en las tiendas y se van a parques aledaños a beberlo en grupos de más de 100 personas. Son “botellones” imposibles de disolver por la policía, pero pacíficos en general porque el español come mucho cuando bebe y no se embriaga tanto como por estas latitudes… aunque se ven notables excepciones.
Son muchas las cosas que pueden hacerse desde la Puerta del Sol hasta el Palacio Real, ubicado a quince minutos caminando. Lo primero es una visita a la enorme Plaza Mayor que está a dos cuadras, y a todo el barrio aledaño llamado el Madrid de los Austrias, porque allí se construyó la ciudad monumental cuando se trasladó la Corte a esa ciudad. Sobresale la plaza, terminada en 1616, y ahora sede de los restaurantes “atrapaturistas”, en los que se bebe una cerveza por el precio de una cena en Colombia. Lo que uno hace es saltarse la trampa con sus invitados y llevarlos a las cuevas o bodegas que hay debajo de la plaza, en donde se vende por razonable precio sangría o vino y la especialidad de la casa, que aparece en el nombre mismo del lugar: el Mesón de la Tortilla, el Mesón del Boquerón (un pescado pequeño y delicioso pero que por salud ya no recomiendo ingerir) y el Mesón del Champiñón. En este último, que es el más minúsculo y el favorito de la mayoría, cabe incluso un piano pequeño con el que se interpreta la música de los países de donde vienen los clientes, casi sin preguntarles.
A la salida de los mesones hay dos restaurantes interesantes, pero nada baratos. Uno que dice con orgullo “Hemingway Never Ate Here”, y el otro que anuncia ser reconocido por el Guiness Record, como el más antiguo del mundo, con un cordero nada despreciable. Muy cerca está el barrio “La Latina”, donde abundan buenos restaurantes, lugares nocturnos con aire típico y hasta algunos tablados flamencos. Aunque en general la modernidad ha ido lentamente acabando con su aire castizo, aún tiene su encanto. El Teatro del mismo nombre es clásico de la zona y de la ciudad y allí se pueden ver comedias de enredos muy madrileñas.
Un poco más abajo de la Plaza Mayor, sin avanzar aun hasta el Palacio Real, está otro lugar emblemático de Madrid, al que se puede ir a cualquier hora de la noche: la Chocolatería San Ginés. Queda justo en el Pasadizo de San Ginés, al lado de la popularísima discoteca Joy Eslava, construida sobre las ruinas de un teatro incendiado, pero que conserva la estética escenográfica. Es la chocolatería más famosa de la Península Ibérica, pues a ella iban los intelectuales y políticos, y además es mencionada en varias obras de la literatura española. En ella sirven desde hace más de un siglo el típico chocolate espeso español, que parece una chocolatina derretida en el bolsillo de un colegial, y que viene acompañado de churros calientes.
Lo que parece difícil de creer es que la chocolatería permanece a reventar, sobre todo los domingos a las cinco de la mañana, ya que es la hora en que la gente sale de los bares de la marcha o parranda de los sábados (algunas discotecas cierran a las 10 de la mañana) y es costumbre ir allá mientras abren las estaciones de metro para regresar.
Otra tradición es comprar el periódico El País de los domingos en los quioscos de la Puerta del Sol, para ir a leerlo a la Chocolatería San Ginés, mientras se bebe el chocolate con churros. El principal objetivo del rito del chocolate en la Gines, dicen los madrileños, es frenar los efectos del alcohol excesivo en el cuerpo.. ¡y lo dicen en serio! En cambio, uno les dice que en Colombia para lograr tal efecto la gente se come una carne asada o un caldo de costilla porque el dulce aviva el alcohol, pero no lo creen.
Luego, tanto de día como de noche, se va al cercano Teatro Real de la Ópera, reinagurado tras muchos años de reformas, detrás del cual se encuentra el imponente parque Jardín de Oriente, desde donde se observa el Palacio Real iluminado y rodeado de una zona peatonal construida hace pocos años. Vale la pena asistir a la ópera en temporada o visitar el teatro de día, con visita guiada por lo menos. De noche, - pero mejor de día-, se puede pasear por el parque con entera seguridad, y observar las estatuas de todos los reyes que ha tenido España.
Si el recorrido es de día, es recomendable entrar al Palacio, - donde ya no habita el Rey-, y a la catedral de la Almudena, así como a los Jardines de Sabatini.
La visita nocturna de monumentos puede seguir en la vecina Plaza de España, donde están el Quijote y Sancho Panza, junto con las dos Dulcineas creadas por la imaginación de Cervantes. Ya estando en la Plaza de España se puede pasar al Parque del Oeste para conocer el Templo de Debod, una delicia arquitectónica traída de Egipto y colocada en una meseta con un paisaje inigualable. Un regalo del gobierno egipcio al estado Español por su ayuda en el traslado de las ruinas de Abu Simbel para la construcción de la gran represa de Asuán.
Si la visita se hace de día, vale la pena atravesar el gran cinturón verde para montarse en las sillas aéreas del parque del Oeste, y disfrutar de ese extraño verdor de Madrid de casi todo el año. En ese caso, se llega a la zona de La Moncloa donde además del famoso Arco del mismo nombre, está el nuevo Observatorio Mirador de la ciudad, construido hace poco justo en la explanada donde se encuentra la Rectoría de la Universidad Complutense, el Museo de América y la Agencia de Cooperación Española, que otorgaba la mayoría de becas a los latinoamericanos en otros tiempos.
El Palacio de la Moncloa, la actual Casa de Gobierno, no está tan cerca ni es visitable, pero se observa desde afuera.
Más recomendable es tomar un bus universitario en esa zona y darse una vuelta por el inmenso campus de la Universidad Complutense de Madrid.
Si la visita es de noche, del Templo de Debod conviene más bien volver a la Plaza de España, subir por la Gran Vía y entrar a uno de los musicales estilo Broadway que en los últimos diez años se han vuelto populares en Madrid. Hace algunos años eran tiernamente ridículos, como “Fiebre de Sábado por la Noche”, en español por supuesto. Pero otros son producciones muy bien logradas, como por ejemplo “No me puedo levantar”, dirigido por uno de los miembros de Mecano, y que describe en forma muy original la España de fines de los ochenta y principios de los noventa. También se puede ir a los cines Renoir, que se encuentran al lado de la Plaza de España, dedicados a lo que en Colombia se llama cine arte, y en los cuales se presentan películas que no están en los circuitos comerciales ni en los cineclubes siquiera. Su menú de películas raras y buenas es insuperable.
Caminar por la Gran Vía, llena de tiendas, restaurantes, teatros, emigrantes, turistas y locos personajes locales, es un show imperdible de noche. De la Gran Vía también se puede ir a la zona de diversión y restaurantes de Chueca, el otrora barrio gay de Madrid, ahora modernizado y lleno de restaurantes, pero que aún conserva el aire alternativo que lo hizo famoso.
La visita a Madrid realizada durante el día puede hacerse incluyendo todos los anteriores lugares y partiendo desde la Puerta del Sol, pero regresando a ella desde la Plaza de España, por la Gran Vía. Es inevitable una parada en la tradicional y muy completa librería Espasa-Calpe; y para buscar música, la francesa Fnac, más adelante. Luego se continúa por la calle Preciados, en donde quienes son compradores compulsivos se detienen en el conocido almacén “El Corte Inglés” y los que no, en el menos prosaico café donde se fundó el Partido Socialista Obrero Español, PSOE. Como almuerzo barato, aunque en la zona hay muchos menús razonables, un turista afanado puede comerse un emparedado de jamón, llamado “bocadillo de jamón serrano”, en el tradicional Museo del Jamón, en donde se expone con orgullo los porcinos alimentados con unas nueces llamadas bellotas (pero es delicioso). De postre resulta infaltable una napolitana o torta de nata en la pastelería La Mallorquina, ubicada en la esquina más privilegiada de la plaza.
También en la Puerta del Sol, y si se quiere ser español por un día, hay que comprar en el puesto de lotería La Manuelita, que ha vendido más premios gordos que ningún otro, un décimo de la lotería nacional de ese jueves o sábado o, mejor incluso, el de Navidad. Así se tendrá la emoción el 22 de diciembre de ver a los huérfanos de la Escuela de San Ildefonso leyendo en tono de cantinela los números premiados en el sorteo más popular del país, haciendo ricos a oficinistas y choferes, que al día siguiente son entrevistados en televisión sin el más mínimo temor. Es que la lotería es en España, una costumbre arraigada a tal punto, que quien vive en Madrid no puede resistir la tentación de comprar, por escasa que sea su economía, un boleto de la Primitiva o el B onoloto, por lo menos una vez al mes, que son como el Baloto de aquí, pero de muy larga tradición.
Una vez de regreso a la Puerta del Sol hay que perderse un poco en la zona opuesta a la Plaza Mayor, para encontrar unos lugares claves que deben ser visitados, por lo menos por fuera. En primer lugar, la Plaza de las Cortes, donde sesiona el Parlamento Español y donde el Coronel Tejero intentó hacer un golpe de Estado a pocos años de inaugurada la democracia española. Muy cerca está el Teatro de la Zarzuela, un encanto sobrio por dentro y por fuera. En esa zona está la famosa Casa Mira de turrones y el Hotel Plaza, a donde van los visitantes para conocer el espectacular techo del café, bajo el cual se debatían los espías de ambos bandos durante la Segunda Guerra Mundial. Por esa misma zona está el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía, al que trasladaron el Guernika hace tiempos. Otro que inauguraron no hace muchos años fue el Museo Thyssen , una colección privada extensa que está diagonal al Museo del Prado y es asombrosa. En la misma avenida puede verse la estatua de Neptuno y la Estación de Atocha, con un verde herbolario climatizado y el triste recuerdo de los atentados del 11 de marzo. Más hacia arriba se continúa por el Paseo del Prado hasta llegar a la majestuosa oficina de correos y la bella escultura de La Cibeles, que es tomada por fanáticos del fútbol cuando gana la copa el Real Madrid. En ese mismo lugar vale la pena visitar no muy lejos la Escuela de Bellas Artes y su agradable y espacioso café, y la esquinera Casa de América, dedicada al arte latinoamericano en sus muchas expresiones, incluyendo una cinemateca. No es raro ver a famosos escritores nuestros dando conferencias no muy anunciadas a grupos pequeños y casi ocasionales.
Una desviación importante desde Cibeles antes de retomar La Castellana es la Puerta de Alcalá y el Parque de El Retiro. Es difícil saber cuál es el encanto de este parque: el verde diseminado, el estanque con sus barcas o el Palacio de Cristal ubicado al frente de una fuente en medio de un laguito artificial muy bien logrado. Pero ir a Madrid sin sentarse un rato en El Retiro a tomarse en invierno una horchata, que es como una leche achocolatada, o en verano un granizado de limón, que es una limonada hecha en hielo raspado, es como no haber puesto pie en ese país.
Volviendo a la plaza de Cibeles y caminando por el amplio Paseo de la Castellana se llega al monumento a Colón y al Museo Arqueológico. Esta es la zona ‘chic’ del barrio de Salamanca, donde venden guantecitos al precio de chaquetas, chaquetas al precio de joyas y joyas que valen un ojo de la cara. Si se sigue por la avenida de la Castellana se llega a la glorieta de Emilio Castelar y justo enfrente de ella está la Embajada colombiana. No muy lejos se encuentra el Santiago Bernabeu, para los fanáticos del fútbol; en cambio, los amantes de los toros, si deberán tomar algún transporte para ir a la Monumental plaza de las Ventas, donde se hizo tan famoso César Rincón.
Todo lo anterior puede verse perfectamente caminando por Madrid siguiendo este tour y con un buen mapa o GPS, en un lapso entre 12 y 16 horas para los que quieran exprimir su visita. Pero con una semana da perfecto para hacerlo paso a paso… perderse en sus museos y librerías, vivir la vida nocturna y visitar sus parques o ir a teatro. Merece la pena quedarse un poco más para entrar en contacto con los madrileños, cuya rotunda personalidad, frentera y acogedora a la vez, queda en el recuerdo por mucho tiempo, así como las imágenes de una ciudad siempre vibrante y en permanente cambio y adaptación a los nuevos tiempos, sin perder nunca su identidad.
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