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Navegando por el Rhin...

más que cantos de sirena

Por: Victor Bencini

¿Cómo hablar del Rhin sin parecer solemne? Si hasta su nombre llega con cierta rigidez germánica a los oídos latinos. Pero la verdad es que este río, el más caudaloso de Europa y el que exhibe el récord de tráfico de barcos de pasajeros y de carga en el mundo, se puede abordar de la forma más simple y natural; permitiendo disfrutar gratos momentos mientras se visita una de las zonas más pintorescas y románticas de Alemania.

El Rhin nace al este de Suiza, como resultado del deshielo de la nieve de los Alpes, y luego fluye por más de mil kilómetros hasta la desembocadura en el Mar del Norte. En su travesía, cruza Suiza, Liechtenstein, Francia, Alemania y Holanda; serpenteando por una extensa región que forma parte de varios países y alberga a más de treinta millones de habitantes.

Navegar por sus aguas es una experiencia diferente y no debiese faltar en un itinerario por la región austral de Alemania. El ritmo del crucero fluvial, tan opuesto al de los veloces trenes, al de las autopistas y, por sobre todo, al de los estruendosos vuelos, es lo que puede marcar la diferencia en un itinerario agitado. Cada recodo del río, cada monte, cada villa y castillo aparece al ritmo de las aguas, manifestando su particular identidad y conformando un paisaje encantador que cobra vida gracias a la refrescante brisa, que mucho aporta a hacer grata esta travesía.

La navegación por el Rhin se puede efectuar en diversos tramos, de diversas formas y en uno u otro sentido, pero sin duda el tramo entre las ciudades de Mainz y Koblenz, conocido como la Ruta de los Castillo Medievales, es uno de los sectores más atractivos.

Todos los días y a toda hora, se pueden apreciar decenas de embarcaciones que van y vienen por el río, uniendo más de treinta ciudades y villas. Hay líneas de cruceros que permiten comprar un pase para varios días, durante los cuales uno puede bajar del barco, recorrer todas las ciudades a su antojo, entrar gratis a los museos y volver a subirse en el siguiente barco.

Comenzar la travesía en Mainz es lo más recomendable, tanto por las atracciones que esa ciudad ofrece como por su cercanía con la ciudad de Frankfurt y su aeropuerto internacional. Unos treinta kilómetros separan a ambas ciudades y en poco más de media hora se puede hacer el viaje desde el mismo aeropuerto hasta el corazón de Mainz.

A Mainz le sobra currículum con sus dos mil años de historia. En la ciudad se han encontrado restos de lo que fue el templo de Isis y Mater Magna, así como restos de embarcaciones que formaron parte de la flota de guerra del Imperio Romano. Una visita no puede dejar de incluir la Catedral de Mainz (Dom St. Martin), uno de esos tesoros alemanes que datan de principios de la Edad Media y que amparó nada menos que la coronación de siete de los reyes del país bávaro.

Otro de sus atractivos es el Museo Gutenberg, que ofrece un recorrido por la historia de la imprenta y de quien perfeccionó este invento de origen chino, Johannes Gutenberg, hijo ilustre de la ciudad. Finalmente está el pintoresco casco antiguo de Mainz, compuesto por casas de fachadas ornamentadas, plazas y las siempre dispuestas cafeterías y tabernas.

Al igual que la ciudad de Mainz, las aguas del Rhin han sido testigo de buena parte de la historia de Europa. En el 55 a.C. Julio César convirtió al río en una frontera natural del Imperio Romano al construir el primer puente sobre el Rhin y enviar una expedición de castigo para responder a los continuos ataques de las tribus germánicas. Con el correr de los años los ánimos se apaciguaron y florecieron en sus riveras aldeas de pescadores y comerciantes, y también se construyeron castillos feudales. Estos poderosos edificios no se levantaron para imponer dominio sobre quienes trabajaban la tierra, sino para cobrar impuestos a quienes navegaban frente a ellos. Eran verdaderas aduanas que ejercían soberanía sobre todo el tráfico del río, bajo amenaza de saquear los barcos mercantes. Había una guardia armada que ayudaba a convencer a los barqueros menos dóciles y un encargado de subir a las embarcaciones, revisar la carga y determinar la cuota a pagar.

La recaudación de estos impuestos se convirtió en una actividad tan lucrativa que los príncipes medievales, quienes habitualmente vivían en ciudades más desarrolladas, volvieron con “camas y petacas” a instalarse en sus castillos campestres para cuidar de cerca su negocio. Hoy en día llama la atención lo robusto de las fortificaciones, algunas de las cuales presentan muros con tres metros de espesor, pero hay que recordar que en aquellos tiempos estaba de moda demostrar la riqueza por medio de la solidez de las murallas y la magnitud de las fortificaciones exteriores.

La riqueza que se generó en torno a las riberas del Rhin fue tal, que despertó la ambición del rey de Francia. Así, entre los años 1600 y 1700, Luis XIV quiso conquistar las aduanas del Rhin y prendió fuego a casi todas estas fortalezas. Aunque tan sólo se salvaron tres de estas construcciones, los prusianos -que reconquistaron estas tierras a fines del siglo XVII- volvieron a reconstruir muchos de los castillos abandonados o en ruinas.

Afortunadamente, por una u otra razón, la mayor parte de estas fortalezas han llegado hasta nuestros días, aunque algunas se han convertido en sedes oficiales o en lujosos hoteles y restaurantes, fórmula que les permite financiar los enormes gastos que supone su mantenimiento.

En la pequeña franja de tierra plana que existe entre las aguas del Rhin y las colinas coronadas por los castillos, se han desarrollado pintorescas villas, como Rüdesheim, que aparece a los pocos minutos de zarpar desde Mainz. Rüdesheim, aparece conformada principalmente por tiendas de recuerdos, restaurantes y pequeños hoteles. Su fama se relaciona con el estrecho callejón Drosselgasse (Callejón de los Cuervos), que parece presentar la más alta concentración de tabernas de toda Europa, muchas de ellas con sus propias bandas de música que interpretan melodías alemanas mientras corren las salchichas y la cerveza. Un espectáculo pintoresco que merece una parada.

Al enfrentar la parte más estrecha del Rhin comienza el desfile de fortalezas. Es aquí donde se comprende que esta travesía es también una lección sobre rivalidad medieval.

Frente a la villa de Bingen se encuentra la Mäuseturm (Torre del Ratón).Inicialmente ofició como aduana, luego sirvió como torre guía, para lo que en  ese entonces se consideraba un peligroso sector del río y, hoy en día, funciona como centro de cetrería, deporte introducido desde oriente, que consiste en practicar la caza utilizando águilas y halcones adiestrados.

Unos minutos después, la embarcación se encuentra con el castillo de Rheinstein, uno de los tres sobrevivientes del ataque de los franceses, en el siglo XVII. Construido en el siglo trece, se le considera uno de los más antiguos y majestuosos del Rhin. Originalmente perteneció al obispo de Mainz y sirvió tanto como aduana como para proteger a la ciudad de los embates de los más rebeldes “caballeros” del Rhin. Hoy día alberga una interesante colección de armas y trofeos. 
La fortaleza – isla de Pfalzgrafenstein aparece más adelante, luciendo un singular diseño náutico con el cual parece flotar en la corriente, mientras que en las colinas, tras la villa de Oberwesel, se levanta el castillo Schönburg, hoy en día convertido en hotel y restaurante en el cual se puede revivir el ambiente medieval.

Cerca del poblado de St. Goarshausen se encuentra el acantilado de Loreley, que si bien no es más espectacular que otros en el sector, sí se encarga de sazonar la travesía con una pizca de relato fantástico. En este punto, en que el Rhin gira abruptamente y la corriente se vuelve traicionera, cuenta la leyenda que aparecía una moza de notable belleza llamada Loreley. Sentada sobre las rocas, al más puro estilo de las sirenas griegas, la mujer atraía con sus cantos a los navegantes del Rhin hacia una muerte segura en la rocosa ribera.

Coronando las colinas tras St. Goarhausen se encuentran dos de los más famosos castillos del Rhin, el Burg Maus (Castillo del Ratón) y el Burg Katz (Castillo del Gato).

La construcción del primero de ellos fue iniciada por el arzobispo Boemund II, alrededor de 1356 y finalizada por la familia Von Falkenstein. Para no ser superados por un hombre de la iglesia, sus vecinos, los acaudalados condes Katzenelnbogen levantaron su propio castillo en la colina de enfrente. Este llegó a ser más conocido como el castillo “Katz”. Era de esperarse entonces que el primer castillo fuera entonces apodado como “Maus”, pues se representaba así, como el juego del gato y el ratón, el histórico antagonismo entre los ricos comerciantes y la poderosa iglesia católica.

Otro de los poblados atractivos que aparecen antes de llegar a Koblentz es Boppard, una encantadora villa de verano que ofrece como atractivo su iglesia románica, sus calles empedradas, sus casas entramadas y su mercado al aire libre.

En el tramo final del recorrido aparecen los dos últimos castillos. El Marksburg, quizá el más imponente del Rhin y que actualmente alberga a la Asociación Alemana de Propietarios de Castillos, y el palacio Stolzenfels, construido en el siglo XII, destruido por los franceses en 1689 y reconstruido a porfía, por los prusianos, en 1836.

Las construcciones que siguen son las del puerto de desembarco de esta travesía. Corresponden a la ciudad de Koblentz, la cual surge de las sombras de la historia, pues ya era conocida en los tiempos del Imperio Romano como Aput Confluentes, por encontrarse en las proximidades de la  unión de los ríos Rhin y Mosela.

Como otros burgos a lo largo del Rhin, no queda más que dejarse conquistar por las callejuelas que corren entre blancas fachadas, los tejados inclinados e iglesias coronadas por agujas que se elevan hacia el cielo y, mientras se disfruta de la más característica atmósfera alemana, recordar que un paseo por las aguas del Rhin es algo más que cantos de sirena.

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