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Palmarito evasión infinita

Por: Andrés Hurtado García

En medio del tráfago asfixiante que vivimos: guerras, tsunamis, terremotos, basura de todas las marcas y contaminaciones (Made in USA y en todas partes), corrupción, hambrunas, destrucción de la naturaleza, gobiernos embaucadores, consumo de drogas, profetas falsos y baratos, alguna evasión de vez en cuando no viene mal. Y todos, aunque lo neguemos, las buscamos. Tan cierto es ello y tan importantes son ellas, que he inventado un refrán que dice: Dime cuáles son tus evasiones y te diré quién eres.

Y ese reino de la felicidad perdida, por el que todos abierta o calladamente suspiramos y en el que todos nos encontramos, es el paraíso. Todos, sí, ¿pero de qué manera? Entonces mi refrán se convierte en otro: Dime cuáles son tus paraísos y te diré quién eres. ¿La droga y afines, el dinero y sucedáneos, la irresponsabilidad total y el abandono de las obligaciones?

Mi evasión es (sigo pensando en voz alta) la naturaleza y mi paraíso el retorno a ella. Por desgracia cada vez quedan menos paraísos sobre el planeta porque la destrucción sistemática de los grandes espacios naturales en los que la vida “salvaje” palpita inocente y pujante, avanza incontenible empujada por otros paraísos, descarados ellos: la droga, el afán desmedido del dinero, la falsa ilusión de que el progreso material trae la felicidad.

Estas reflexiones no truncadas y dejadas a su normal desarrollo desembocan en una conclusión: felices aquellos que no tienen que evadirse para buscar su paraíso porque viven en él. No son muchos, pero los hay. Dejemos ya las reflexiones y aterricemos de una vez en el acariciado Edén. El capitán Edgar Silva dibuja una vuelta sobre el Cravo Sur buscando la cabecera de la pista. Habíamos salido de Bogotá, sobrevolado la Cordillera Oriental y caído a la inmensidad del Llano en Casanare. Una bandada de garzas blancas y de rojas corocoras se dispersó delante de nuestra avioneta, como si fueran evasiones blancas y el alma del paisaje. Era un presagio feliz de nuestros días en el Hato Palmarito.

Jorge Lodoño, payanés él a pesar de su inconfundible apellido paisa, es un empresario hotelero cuya vida no son las preocupaciones de sus negocios sino respirar el clima del Llano indómito, su paraíso particular en el Hato Pamarito de Casanare. Jorge no tiene que evadirse buscando el paraíso, porque vive en él, vive por él y para él.

El Hato abarca 2.800 hectáreas y está constituído como Reserva Natural de la Sociedad Civil y se ubica en la margen izquierda del río Cavo Sur. Nítidamente se distinguen en el Hato tres áreas: una para la conservación, otra que es la zona de amortiguación y la tercera que es la zona de producción o ganadera. Todo colombiano que tenga un espacio natural más o menos intacto y que quiera dedicarlo a la conservación lo puede hacer, declarándolo Reserva Privada de la Sociedad Civil. Se hace un trámite sencillo con los Parques Nacionales de Colombia y se firma el compromiso de mantener intacta una zona de la propiedad para la conservación de flora, fauna y del recurso agua, rodeándola de un área de amortiguación y se delimita, desde luego, una parte de la finca o propiedad para la producción, ya sea ganadera, o agrícola o para el ecoturismo. De esta manera los colombianos terratenientes pueden y deben ayudar al medio ambiente y a la vida sana y agradable del hombre sobre el planeta Tierra.

En la zona de conservación de Palmarito se cuidan extensas zonas de bosques, nacimientos de agua, lagunas y ríos. En esos bosques, por supuesto, la fauna es abundante. En las inmensas sabanas en las que pasta el ganado, centenares de chigüiros y de venados cola blanca ( llamados Odoicoleus virginianus, por los biólogos) se mezclan tranquilamente con las vacas y en los ríos y lagunas las babillas se cuentan por millares.

Dos visiones tuvimos, Wilfredo Garzón y yo, en este paraíso: la terrestre y la aérea. A pie fuimos a admirar a los búhos que hacen sus nidos en tierra; muchas veces la parejita se asoma y se calienta al sol en la boca de la cueva; entonces nos arrastrábamos entre la hierba para acercarnos lo más posible.

También a pie nos perdíamos por las inmensas sabanas. Así vimos zorros, un armadillo gigante, llamado cachicamo en Los Llanos, muchos lagartos y tortugas. En los postes de las alambradas que dividen las tres áreas del Hato se posan las aves. Son especialmente hermosos y esbeltos los gavilanes colorados. Abundan los carracos o caricaris, que son rapaces de pico rojo, que atalayan a sus presas desde los árboles o las buscan en el suelo, entre los pastizales. Gavanes, patos cucharas, garzones soldado de metro y medio de alzada, tiranas, correcaminos, tautacos y el infaltable alcaraván, compañero del llanero en sus recorridos por las sabanas y fuente de inspiración para sus cantos y coplas; todas estas aves abundan en Palmarito. Y al caer de la tarde veíamos cómo las bandadas de garzas blancas y de corocoras, que son garzas de pico largo y de color rojo, inundaban el cielo, buscando el dormitorio, convirtiendo al árbol en un racimo de algodones blancos y rojos.

En una laguna encontramos una boa acuática, llamada anaconda; tendría cinco metros. Nos acercábamos con cuidado a las manadas de chigüiros que pastan en las sabanas a la orilla de los caños. Son hermosos los pequeñines siempre pegados “a las faldas” de las madres. Cuando el macho jefe de la manada olfatea la presencia de extraños emite un silbido y los roedores ( los más grandes del mundo) corren a buscar el amparo del bosque o del agua de los caños. A muchos se les ve en la lustrosa anca el recuerdo de las peleas entre machos o de las dentelladas del puma, cuando han logrado salir con vida.

Nos contaba Alejandro Olaya, otro enamorado de la Naturaleza y director de la Fundación Palmarito, que hay pumas y con toda seguridad jaguares. Les hicimos varios viajes al atardecer para tratar de ver alguno de estos poderosos felinos, pero no tuvimos suerte. Encontramos, sí, sus huellas en la arena fresca de los caños. Jorge Londoño los ha visto.

Los animales que serían emblemáticos de Palmarito, por su cantidad y por lo que representan en el ecosistema, son las babillas. Las hay  pormillares. Calentándose al sol o sobreaguando en las lagunas con la trompa fuera del agua, las vimos por todas partes. Algunas alcanzan los tres metros. Aparte de la existencia misma de la Reserva, dos sueños que acaricia Jorge Londoño son, uno, lograr salvar el caimán amarillo que es el caimán llanero y que alcanza hasta siete metros de longitud, el mismo tamaño del cocodrilo de Nilo (con el que luchaba Tarzán en las películas).

Está casi extinguido. Y el otro sueño es formar la Red de Reservas Naturales de la Sociedad Civil del Casanare y para ello ya ha metido “en el cuento” de la conservación a varios de los dueños de los grandes hatos vecinos, como a don Armando Barragán, propietario del famoso Hato La  Para completar la visión de los animales desde la tierra, salí varias veces por la noche en cuatrimoto, una veces con Wilfredo Garzón y otras con Alejandro Olaya. Era divertido sorprender a los chigüiros en sus dormideros.
 
Nuestro éxtasis dionisíaco en ese paraíso tuvo dos momentos cumbres. El sobrevuelo del río Cravo Sur que en ese momento tenía muchas islas de bancales de arena de singular belleza y la contemplación desde el aire de las sabanas, los bosques, las lagunas, las vacadas y las manadas de chigüiros y los grupos de venados, montados nosotros en los ultralivianos del Hato. Jorge tiene tres. Dos de ellos de tipo convencional, muy hermosos y de increíble maniobrabilidad y un tercero, el Aircam, que ganó hace poco un premio internacional, por el diseño, la potencia y la total eficiencia para observar fauna desde el aire, volando a mediana altura y casi a ras del suelo. Montados en estos preciosos “juguetes” logramos la máxima compenetración con el paisaje y con la inmensidad del Llano, que no es el infinito pero sí lo sugiere.

El último día en Palmarito el cielo nos premió con un atardecer teñido con todos los colores existentes e imaginables. No eran sólo el rojo y el amarillo, sino también el lila, el verde, el azul, el anaranjado, el café, el negro, y toda la gama de los violetas. Entonces recordé con el poeta llanero, Eduardo Carranza, los versos finales de su poema “El sol de los venados”: “Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue verdad”. Sí es verdad, el paraíso existe, allá en un rincón de los Llanos de Casanare, gracias a la generosidad de Jorge Londoño.

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