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Polinesia Francesa

El cielo en la tierra

Si el paraíso terrestre existe, es muy probable que esté ubicado en estos archipiélagos encantados. Y no hay duda que quienes llegan a conocerlo, responden con un rotundo “¡Sí, sí y, claro que sí!” cuando se les pregunta: ¿Es tan hermoso como dicen?, ¿vale la pena ir?, ¿volvería allí?

Veinte horas de vuelo desde Bogotá, siete de huso horario... definitivamente muy lejos. Pero cualquier esfuerzo es recompensado por la experiencia única de vivir algunos días en un paraíso terrestre sin igual: la Polinesia Francesa.
Centenares de islas encantadas, agrupadas en cinco archipiélagos y en el ángulo mas remoto del océano Pacífico, a unos seis mil kilómetros al Este de Australia, en una superficie equivalente a la de Europa. Es en este paraíso en donde encontramos nombres de sonido exótico como Bora Bora, Moorea, Rangiroa o Tahití, que evocan en la imaginación una idea de paz y de color que inspiró la obra de artistas como Paul Gauguin, durante su larga e indeleble permanencia en Papeete.

Todas son islas ricas en belleza natural, distantes años luz de nuestra agitada modernidad y de nuestras costumbres urbanas. Aquí el clima es cálido y moderado durante todo el año y esto es solo una de las muchas razones que hacen de la Polinesia Francesa el destino ideal para tomar vacaciones en cualquier época del año. Los archipiélagos ofrecen una amplia variedad de paisajes y características peculiares que hacen de cada isla un mundo en sí mismo. Íconos entre las 118 islas de la Polinesia son Tahití, cuya capital Papeete es el corazón pulsante de la vida polinesiana; Moorea, verde y exuberante, paraíso para los amantes del ecoturismo. Y Bora Bora, famosa por los increíbles colores de los fondos marinos, por la riqueza de la fauna marina y por los numerosos pequeños motu (islas de arena en la superficie del océano) que la circunda.

Al lado de las islas mas famosas hay otras islas menores como Huahine, Tahaa y Raiatea, no muy frecuentadas por las rutas turísticas más tradicionales, donde es posible adentrarse en la más auténtica hospitalidad y ambiente polinesio. Pero la impresionante belleza de los paisajes no es la única razón para un viaje a la Polinesia Francesa. La estancia para el viajero es mucho más placentera gracias a sus habitantes, cuya hospitalidad y alegría son tan increíbles, que ya han inspirado historias, películas y obras de arte. Si el paraíso terrestre existió, es muy probable que fuera en estos archipiélagos encantados. Y no hay duda que luego de conocerlos, la respuesta a preguntas como: ¿Son tan hermosos como dicen?, ¿vale la pena ir?, ¿volvería allí?, es un rotundo ¡sí, sí y, claro que sí!

Las horas de permanencia en los aviones o los aeropuertos, o la distancia lejana, son lo de menos. Una vez llegas, las largas horas de viaje se desvanecen en un instante y te encuentras inmerso en una atmósfera fuera del tiempo en este rincón de paraíso hecho de mar turquesa, flores tropicales, arena de coral, peces de cada tipo y color, dulces melodías y olores exóticos.

La magia de los mares del Sur empieza a materializarse tan pronto se aborda el vuelo de Air Tahiti Nui, saliendo desde Los Ángeles. Una pequena flor de Tiaré (símbolo de la Polinesia) es ofrecida a cada pasajero por las azafatas que visten elegantes uniformes estampados en flores. La flor se coloca detrás de la oreja izquierda si se se está comprometido sentimentalmente, o a la derecha para identificarse que viaja soltera y sin compromiso.

Ya en el aeropuerto de Tahití Fahaa´a, la bienvenida está a cargo de los intérpretes del Ukulele ( el típico instrumento de cuerda que suena dulcemente), y una bailarina que se contonea sensualmente al mejor estilo del Pacífico sur. Todo sucede mientras nos cuelgan un collar de flores en el cuello, símbolo de estas islas.

Para recuperarnos del largo viaje, una parada de unas cuantas horas en el Hotel Manava Suite Resort, resulta más que reparadora antes de partir, esa misma tarde, en un vuelo con destino a la esperada Bora Bora. Con la cara pegada a la ventanilla del avión miro una vez más ese rincón del mundo visto un millón de veces en las fotografías y películas, y definido comunmente como un paraíso. Parece casi irreal... colores del mar que van desde el azul claro al más intenso, el relieve volcánico, los corales, los islotes. Un sueño hecho realidad.

Bora Bora es ideal para el ocio contemplativo, pero también para el buceo y las excursiones en sus paisajes tropicales. Elegimos explorarla durante tres días que desaparecieron en un instante. Cada día en un hotel diferente: El Pearl Beach Resort, el Hotel Le Meridien y el prestigioso y lujoso St. Regis Resort. En este último cumplí mi sueño: dormir en un bungalow por encima del agua. Una inolvidable primera immersión en la naturaleza del Pacífico más exótico.

La segunda isla que visitamos fue Huahine. La llaman “Isla Mariposa” debido a su forma estrangulada por una laguna que serpentea entre sus numerosas bahías. Nos hospedamos en el Maitai Lapita Village, en donde la bienvenida estuvo a cargo de Peter, un californiano que aquí encontró no solo una nueva vocación, sino una esposa polinesiana.

Tahaa, nuestro siguiente destino, es descrito por los lugareños como “La isla de la vainilla”. Aquí se produce el 80% de la cosecha de vainilla del archipiélago. Para saborear una de sus perfumadas vainas, es necesario esperar cerca de dieciocho meses desde la polinización de la flor. Y es cuando la flor se abre, que se debe actuar apresuradamente: ¡Solo se tienen seis horas para recoger las vainas antes que caigan la suelo! No obstante, son los Motu de Tahaa, con su playas de arena blanca y las sombras turquesa del agua, los que encantan los sentidos de cualquier visitante. Aquí el tiempo parece haberse detenido entre las olas del Pacífico y la brisa de los vientos alisios. Somos huéspedes del único Relais & Chateaux de esta parte del mundo: Le Taha’ A Island Resort & Spa, considerado uno de los resort más exclusivo de la Polinesia Francesa.

La última isla de nuestro viaje es Moorea. Llegamos allí en un hidroavión en tan solo treinta minutos desde Tahití. La isla tiene una vegetación más exhuberante en comparación con las otras, y es notable el contraste entre sus picos de color verde oscuro y su playa muy, muy blanca. Aquí nos alojamos en el Hotel Moorea Pearl Resort & Spa, ¡un paraíso en el paraíso!

El último día lo pasamos en Papeete y antes de tomar el avión que pone fin a este viaje siempre soñado, con los compañeros de viaje, ya convertidos en amigos, visitamos el mercado de especias. Aquí se camina envuelto en el olor dulce hecho de la mezcla de frutas exóticas desconocidas, de blancas flores de tiaré y el monoi, el aceite de coco extra emoliente y picante de estas islas.

En el segundo piso del mercado descubro un tesoro: las famosas perlas oscuras cultivadas en Tahití, un signo de la unión entre el medio ambiente natural y la fuerza de la gente de estas islas. Infortunadamente un viaje en estas islas dura siempre muy poco. No obstante indelebles en la memoria quedan los increíbles colores, olores y las sensaciones de este paraíso en la tierra, largamente soñado.

Texto por: Mirella Sborgia

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