Compartir en Facebook
Compartir en Twitter

El salar de Uyuni espejo,

en que se miran las estrellas

Texto y Fotografías de Andrés Hurtado García


Salar de Uyuni!, sueño de todos los hombres que aman la belleza en el planeta y espejo en el que las estrellas coquetas se miran sobre la Tierra. Las islas Galápagos en Ecuador, la Capadocia en Turquía, las dunas de Erg Chebbi en el Sahara de Marruecos… he aquí otros lugares de ensueño anotados en la libreta secreta de los caminantes sedientos de eternidad. En este espejo de inmaculada blancura y de 10.500 kilómetros cuadrados, ubicado a 3.700 metros sobre el nivel del mar, la luz despliega una magia embrujadora que refleja todo cuanto se aventure en sus dominios, ya sean hombres, vehículos, aves, nubes o tormentas. El Salar de Uyuni es la réplica del cielo sobre la faz de la Tierra. Bolivia no tiene mar y lo reclama con justicia, pero posee el Salar, inmenso océano de sal, cuyas once capas de preciado mineral llegan hasta 110 metros de profundidad. Dicen los científicos que el Salar es producto de un lago que se secó hace miles de años.


Salimos de La Paz el grupo de Guías Ecológicos del Colegio Champagnat, colegio pionero de la educación ambiental en Colombia. Viajamos toda la noche y al amanecer llegamos a Uyuni. El pueblo es amplio y hermoso, adornado con muchos monumentos. Para servir a la multitud de turistas que llegan de todos los rincones del planeta, cuenta ¡ con 150 agencias de viajes que utilizan 1.800 camperos. Desde el año pasado el rally Dakar de motos atraviesa el Salar y pasa por Uyuni. En 1983 la ciudad fue honrada por el gobierno como “Hija predilecta de Bolivia” por el valor demostrado por sus habitantes durante la Guerra del Chaco en1933. Nuestra primera visita fue al Cementerio de Trenes. Se encuentra a dos kilómetros del pueblo y los turistas gozan fotografiándose encaramados en las viejas, oxidadas y abandonadas locomotoras. Por todas partes hay esqueletos de vagones y de todos los elementos que componen el mundo ferroviario. Todos son trenes del siglo XIX. El museo no tiene guardas, ni horario de visitas, se encuentra al aire libre y es imposible llevarse (sinónimo de robar) un recuerdo. La más pequeña de las piezas pesa muchísimos kilos.


Uyuni es acceso para todas las maravillas del sur de Bolivia que hace frontera común con Chile y Argentina, y también con Perú. Algunas de estas maravillas son: el Salar de Uyuni, las lagunas de colores, el árbol de piedra, los desiertos de arena, los géiseres y la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa.

A 20 kilómetros de Uyuni llegamos a Colchani, pequeña localidad que es la puerta de entrada al Salar. Allí nos encontramos con una cincuentena de camperos como los dos nuestros. Y llegamos, por fin, después de todos los años de nuestra vida hasta hoy vividos, al Salar de Uyuni, una de las maravillas del planeta. La luz es cegadora, el blanco es de pureza total. Igual que en nuestra Guajira, se apilan los montículos de sal para llevarlos al comercio y los turistas se encaraman en ellos para la foto memorable. Se calcula que el Salar tiene diez mil millones de toneladas de sal de las cuales se extraen 25 mil al año.

El salar es rico en potasio, bórax y magnesio, además de litio, metal del futuro, reclamado por las nuevas tecnologías. Los cálculos dicen que el Salar contiene el 80% del litio del planeta. La pregunta que se impone es: ¿Por qué Bolivia, habiendo tenido las minas de plata más ricas del mundo - las de Potosí, que todavía se explotan-, y con tanta abundancia en minerales, no es uno de los países más ricos del planeta?

Siempre, pero especialmente cuando llueve, el suelo del salar, infinitamente plano, es un espejo total. Mis compañeros gozaron haciéndose fotos. Atletas y montañistas todos, no resistieron la tentación de bajarse del vehículo y correr varios kilómetros sobre la blanca alfombra. Confieso que caminando sobre la nívea planicie sentía cierto remordimiento por profanar esa inmaculada blancura. Ya sé que era una tontería de mi parte, pero qué le vamos a hacer; a veces, o muchas veces, uno es tonto.


Avanzando en la planicie llegamos a Playa Blanca. Allí han levantado un monumento al Rally de Dakar, que por supuesto está construido en sal. Entramos a almorzar al hotel Playa Blanca. Todo en él, mesas, sillas, camas, asientos, la cocina, el techo, las paredes, el piso… todo es de sal. En las afueras ondean decenas de banderas de países de todo el mundo. Lo dicho, el Salar de Uyuni es sueño de todos los amantes de la belleza en el planeta.

De allí en adelante el viaje en campero fue como de ensueño, como desplazarse por… ¿por dónde?... por el paraíso, tal vez. Las montañas lejanas nadaban en el espejismo del horizonte y parecían suspendidas en el aire. Mi cámara fotográfica no fue ajena al encantamiento y disparaba sin cesar. Así llegamos a la isla de Incahuashi. Quisimos darle la vuelta completa a pie. Cada uno en silencio se entregó al diálogo con la inmensidad, con los espejismos y con el mismo suelo, que parece haber sido diseñado por un demiurgo que dibujó allí figuras geométricas, perfectamente delineadas: rombos, trapecios, pentágonos.

En la isla crecen cactus que alcanzan hasta diez metros de altura. Algunos se retuercen como almas en pena. Son bellísimos. El silencio y la solemnidad confieren a este lugar un carácter de mágica religiosidad.

Luego de varias horas de navegación en este mar inmóvil de celestial blancura, aterrizamos en tierra. Aquí los campesinos indígenas viven sobre todo del cultivo de la quinua real, el magnífico cereal de los incas imperiales. El color de las plantas a punto de cosecha es rojo vivo. De un aprisco salieron un centenar de llamas, el animal sagrado de los incas. Todas tenían flores en la cabeza y les dicen llamas floreadas y así las llevan a las fiestas de los pueblos.

Ya llevábamos largo rato embelesados contemplando por todos los ángulos del horizonte picos y más picos nevados, todos volcanes, la mayoría extintos, todos de bellísima factura. Avanzábamos literalmente sitiados, cercados, rodeados por ellos, por catedrales de roca coronadas por hielos y nieves perpetuas. No hablábamos, estábamos en “shock” de arrobamiento sumo. El Salar se prolonga en varias direcciones pero nosotros seguimos por tierra hasta llegar a la Laguna Cañada.

Las agencias de viajes describen este paquete (¡feísima palabra!) como “desiertos blancos y lagunas coloradas”. La Cañada es una de ellas. Azul, rodeada de picos, unos nevados, otros en roca amarilla que se asoman buscando su reflejo en las aguas, y poblada por gráciles flamencos que arquean sus esbeltas figuras haciendo maravillosas contorsiones; así es ella, la laguna.


Más adelante pasamos por la laguna Hedionda y la laguna Honda y llegamos al desierto de Silioli. Por la margen izquierda de la carretera aparecen rocas y más rocas, todas con formas curiosas, se diría proyectadas y labradas por locos y geniales diseñadores extraterrestres. Una de esas rocas es el Árbol de Piedra. Lo es en efecto, curiosa roca que parece contornearse, formada por el agua, la paciencia del tiempo y la lengua erosiva de los vientos.

El viaje prosiguió por desiertos de desolada belleza lunar. ¿Cuántas veces lo habré dicho y escrito? Repito mi más consentida frase sobre las reflexiones que bullen en mí recorriendo estos mares de arena: los amo porque en ellos las grandes ausencias facilitan las grandes presencias. Saint Exupéry decía: “En el desierto valgo lo que valen mis divinidades”. Él lo dice más bellamente que yo. Y también: “El desierto es maravilloso porque oculta un pozo en cualquier parte”.

Fueron muchas las maravillas visitadas de ahí en adelante, me detengo solo en tres. La laguna Colorada, que como su nombre lo indica es de vívido color rojo, la habitan centenares de flamencos y, un pico nevado puntiagudo que se refleja en sus aguas. Quizás sea la laguna más bella que yo haya visto en mi vida. Además del color rojo, el espejo de agua se colorea de amarillos y azules. El largo rato de contemplación fue como estar en otra galaxia de infinita belleza.


Temprano al día siguiente madrugamos para visitar con el primer rayo de sol los géiseres. La tierra bulle y los vapores calientes amenguan el frío mañanero de los 4.800 metros. Continuando el viaje hacia el sur aparecieron todavía más y más montañas nevadas y llegando al Licancabur, por la parte derecha, la masa nevada se presenta continua a lo largo de muchos kilómetros.

Desde muy lejos veíamos destacarse la cumbre afilada, rematada por un cono perfecto del estratovolcán del Licancabur que hace frontera entre Bolivia y Chile. Del otro lado se encuentra el desierto chileno de Atacama, el más seco del mundo. El volcán, con sus 5.916 metros, tiene una laguna de 90 por 70 metros en su cráter cimero y se constituye así en la más alta del mundo. Esta montaña fue sagrada para los nativos y tiene yacimientos arqueológicos cerca de la cumbre.

La cónica imagen coronada de nieves se refleja en la Laguna Verde, habitada por tres clases de flamencos: el james, el chileno y el andino. El paisaje es de singular belleza. Desde esta punta sur de Bolivia iniciamos el regreso al pueblo de Uyuni, conducidos siempre amablemente por John y su tío José. Pasamos por el pueblo de San Cristóbal, que había sido construido en la cima de una colina y para poder explotar una mina que había en el subsuelo, fue trasladado a la llanura. Su preciosa iglesia colonial fue desmontada piedra por piedra y bajada al nuevo emplazamiento.

Habíamos cumplido un sueño: hermanarnos con las estrellas mirándonos en el mismo espejo… el Salar de Uyuni.

En AVIATUR.com encuentre tiquetes baratos, hoteles, autos, paquetes turísticos, cruceros y mucho más. Reserve ahora, vuelos económicos a destinos nacionales e internacionales.

¿Necesita ayuda?
Whatsapp